Tú hiciste la luna para medir los meses, y le enseñaste al sol a qué hora debe ocultarse. En cuanto el sol se pone, llega la oscuridad. Es la hora en que rondan todos los animales del bosque. A esa hora rugen los leones, y te reclaman su comida. Pero en cuanto sale el sol corren de nuevo a sus cuevas, y allí se quedan dormidos. Entonces nos levantamos para hacer nuestro trabajo, hasta que llega la noche. Dios nuestro, tú has hecho muchas cosas, y todas las hiciste con sabiduría. ¡La tierra entera está llena con todo lo que hiciste! Allí está el ancho mar, con sus grandes olas; en él hay muchos animales, grandes y pequeños; ¡es imposible contarlos! Allí navegan los barcos y vive el monstruo del mar, con el que te diviertes. Todos estos animales dependen de ti, y esperan que llegue la hora en que tú los alimentes. Tú les das, y ellos reciben; abres la mano, y comen de lo mejor. Si les das la espalda, se llenan de miedo; si les quitas el aliento, mueren y se vuelven polvo; pero envías tu espíritu y todo en la tierra cobra nueva vida. Dios nuestro, ¡que tu poder dure para siempre!, ¡que todo lo que creaste sea para ti fuente de alegría! Cuando miras la tierra, ella se pone a temblar; cuando tocas los cerros, ellos echan humo. Que los pecadores desaparezcan de la tierra, y que los malvados dejen de existir.
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