Pero pusieron a Dios a prueba: se opusieron al Dios altísimo y desobedecieron sus mandatos; no eran dignos de confianza; se portaron igual que sus padres, pues traicionaron a Dios y no le fueron fieles. Dios se puso muy furioso y rechazó del todo a Israel; se sintió traicionado pues adoraron a dioses falsos y les construyeron santuarios. Por eso Dios abandonó Siló, que era donde vivía en este mundo; ¡dejó que el cofre del pacto, que era el símbolo de su poder, cayera en manos enemigas! Tanto se enojó con su pueblo que los hizo perder sus batallas. El fuego acabó con sus muchachos, las novias no tuvieron fiesta de bodas, sus sacerdotes perdieron la vida, y sus viudas no les guardaron luto. Pero Dios despertó, como quien despierta de un sueño, y dando rienda suelta a su furia puso en retirada a sus enemigos; ¡para siempre los dejó en vergüenza! Se negó a favorecer a los de la tribu de Efraín, pero eligió a la tribu de Judá y a su amada Jerusalén. En lo alto del monte Sión construyó su templo: alto como los cielos, y firme para siempre, como la tierra. Dios prefirió a David, que era su hombre de confianza, y lo quitó de cuidar ovejas para que cuidara a Israel, que es el pueblo de Dios. Y David fue un gobernante inteligente y sincero.
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