Desde tiempos antiguos, tú eres mi Rey. Tú, oh Dios, alcanzaste muchas victorias en medio de la tierra: tú dividiste el mar con tu poder, les rompiste la cabeza a los monstruos del mar, aplastaste las cabezas del monstruo Leviatán y lo diste por comida a las fieras del desierto. Tú hiciste brotar fuentes y ríos, y secaste los ríos inagotables. Tuyos son el día y la noche; tú afirmaste la luna y el sol; tú marcaste los límites del mundo; tú hiciste el verano y el invierno. Ten en cuenta, Señor, que el enemigo te ofende, y que gente necia habla mal de ti. ¡No te olvides tanto de nosotros! Somos débiles como tórtolas; ¡no nos entregues a las fieras! ¡Acuérdate de tu alianza, porque el país está lleno de violencia hasta el último rincón! No dejes que se humille al oprimido; ¡haz que te alaben el pobre y el humilde! ¡Levántate, oh Dios! ¡Defiende tu causa! ¡Recuerda que los necios te ofenden sin cesar! No olvides los gritos de tus enemigos, el creciente clamor de los rebeldes.
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