Anhelar en una manera equivocadaMuestra

El deseo como catalizador

El deseo no es algo malo. En el contexto correcto, el deseo puede ser un catalizador. Para que sea así, debe ser un anhelo que provenga de querer ser todo lo que Dios te hizo ser y no de envidia o de falta de seguridad. La falta de contentamiento es como una espada de doble filo. Un filo nos hiere, mientras que el otro, «el filo santo», nos impulsa a cortar con la mediocridad y ser excelentes. La falta de contentamiento con la apariencia personal, o el deseo por una mejor salud, impulsa a mucha gente al gimnasio. La falta de contentamiento con perder, puede avivar el deseo de un equipo por la temporada del próximo año.

El desagrado con el statu quo, o el estado actual de las cosas, también es un motivador fenomenal para los que buscan a Cristo. Si sabes que hay más en la vida que lo que estás experimentando, entonces esa falta de satisfacción puede dar a luz a la motivación necesaria. Probablemente, esa es la razón por la que estás llevando este plan de lecturas; estás buscando un estilo de vida más rico de lo que has probado hasta ahora. Si ese es el caso: «¡Vive descontento!». Pero el anhelo por más de la voluntad de Dios se debe equilibrar con la profunda satisfacción de dónde te encuentras en este mismo momento en tu travesía con Él. Pablo se los dijo de esta manera a sus amigos filipenses:

No es que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús […] tengamos esta misma actitud; y si en algo tienen una actitud distinta, eso también se lo revelará Dios.

¡Eso es utilizar un deseo santo como catalizador para la vida que Dios desea!

Sabemos que Dios tiene un plan para nosotros que es mejor que cualquiera que se nos pudiera ocurrir o copiar, pero batallamos para llevarlo a cabo en nuestro andar cotidiano. Envidiar la travesía de otro tiene su raíz en dos cosas: la dificultad de esperar en Dios y la lucha por escuchar su voz.