Una vida escritural en un mundo de mentirasMuestra

La Palabra en un mundo de mentiras

Nacimos en un mundo que acepta la mentira, la justifica en ocasiones y la valora como virtud en otras. La gente está tan acostumbrada a que esto es así, que la ha hecho parte de su herencia cultural, como una definición de lo que cada pueblo es. Se acepta, que engañar es la mejor opción que permiten las circunstancias. Se justifica una «mentira piadosa» al decir a un enfermo terminal que muy pronto estará derrochando salud.

Se valora como muy «vivo» cuando un jugador de fútbol consigue que le cobren un penal, cuando la falta no existió y simplemente se zambulló sobre el césped con este objetivo. ¿Cuánto valor tiene la verdad cuando todos compran la mentira? Al parecer muy poco, pero el asunto es que un día, tarde o temprano, aquí en la tierra o ante la presencia de Dios, el engaño se descubre y es con vergüenza personal que esto ocurre.

El consejo divino es en cambio: «Compra la verdad, y no la vendas»; ¿dónde se vende esta «antigüedad»? Existen tres «tiendas» que el apóstol Pedro mostró a través de su experiencia.

Tienda 1: No sigas fábulas artificiosas

La verdad, tal cual ha sido planteada, no es propiedad de este mundo, sino de Dios por medio de Cristo, quien dijo de sí mismo «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino es por mí».

Entonces cuando el mundo presenta algo como verdad, y deja a un costado al Señor y su Palabra no es otra cosa que una «fábula artificiosa». ¡Qué palabras más descriptivas! Porque lo que define una fábula, es que es una historia en la que todos los animales hablan, entre ellos y con los hombres. Pero es la segunda palabra la que declara que es algo inventado por el hombre, no algo creado naturalmente.

La gente se inventa continuamente un dios a su medida, que le permita realizar sus gustos, que no le imponga demasiadas responsabilidades y que pueda ser tan flexible como lo requieran las circunstancias. El gran problema es que este camino, tal como dijo Jesucristo, no te lleva al Padre. Puede calmar tu conciencia, puede posponer la aceptación de la realidad del pecado personal, pero no te lleva al Padre.