El Regreso Del Caballo BlancoMuestra

Fiel y Verdadero

Hemos leído que el Señor Jesús regresará por segunda vez montado en un caballo blanco. Como cristianos, debemos seguir su ejemplo siendo nosotros mismos fieles y verdaderos. Debemos ser sinceros cuando marcamos la hora correcta a la hora de entrada y salida del trabajo. De la misma forma, debemos serlo cuando reportamos la carga de trabajo correcta, los gastos de viaje o compras. Seguiremos teniendo problemas, pero al menos no serán auto inducidos.

El Salmo 32:2 dice: «Bienaventurado aquel en cuyo espíritu no hay engaño». El versículo 5 continúa diciendo que cuando David decidió no encubrir más su iniquidad, confesó sus pecados al Señor y Dios perdonó la culpa de su pecado. ¿Cuál podría ser la culpa de su pecado? El versículo 2 habla del engaño, lo que nos lleva a concluir que cuando David encubrió sus pecados, se estaba engañando a sí mismo. Una copa de vidrio mantiene su transparencia cuando está limpia. Cuando cubrimos nuestros pecados, nos sentimos culpables porque no estamos siendo transparentes y honestos. Ser sincero consigo mismo es necesario para ser honesto con Dios y con los demás. En estos versículos inferimos que el problema no es solo el pecado, sino también el engaño. El Hijo de Dios pagó un precio para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Sin embargo, no nos libró de nuestro engaño. Nosotros mismos debemos reconocerlo y decidir no ocultar más nuestras faltas, para que Dios pueda limpiar nuestros corazones.

Vemos, entonces, que el verdadero problema no son nuestras fallas o defectos; el problema es no reconocerlos ante el Señor y no ser sinceros ante él. El Señor desea la verdad en lo más íntimo de nuestro ser. Cuando hay engaño en nosotros, nuestro espíritu también está en engaño. Por lo tanto, el engaño es un problema espiritual, ya que éste trae ceguera y nos impide confesar nuestros pecados para encontrar la libertad espiritual.

Necesitamos pedirle al Espíritu Santo que ilumine los ojos de nuestro entendimiento para revelar esos pecados que no podemos ver, aquellos que aún están ocultos a nuestros ojos. Solo hay un punto de partida con Dios, y ese es la verdad. Él no exige una vida sin pecado, pero sí requiere que hablemos la verdad en nuestro corazón.