[Apocalipsis: El Retorno] Nuestro Examen FinalMuestra

El tribunal de Cristo

¿No es sorprendente que Dios haya decidido no juzgarnos de acuerdo a nuestros pecados, para no castigarnos? La Biblia nos dice que, tan lejos como está el oriente del occidente, así Dios ha apartado nuestros pecados de nosotros; además, decidió arrojar todos nuestros pecados a las profundidades del mar. Estas son promesas que se encuentran en el Antiguo Testamento, pero que se cumplen en el Nuevo Testamento, cuando Jesús se convierte en el Cordero de Dios que fue inmolado para darnos la vida eterna. Jesús dijo que todo el que cree en El tiene vida eterna y no será condenado, pasando de la muerte a la vida. Además, nos ha ofrecido una perfecta seguridad de la salvación.

Sin embargo, la Biblia dice que los creyentes tendrán que comparecer ante el tribunal de Cristo, quien recompensará a cada persona según lo que haya hecho. Este no es un juicio para determinar quién entrará al cielo. Si somos verdaderos creyentes, nuestros pecados ya han sido perdonados en la cruz. Cada creyente también tendrá que pasar por un examen final para recibir una recompensa según lo que haya hecho, sea bueno o malo.

El apóstol Pablo nos dice en 1 Corintios 3:10–15 que debemos tener cuidado con la forma en que edificamos, ya que Cristo es el único fundamento de nuestro edificio o morada espiritual. Podemos construir con oro, plata o piedras preciosas; o podemos construir con madera u hojarasca. El día en que comparezcamos ante el Tribunal de Cristo, Dios pondrá nuestro trabajo a prueba de fuego para mostrar que tan genuino fue. Si el fuego no destruye el trabajo que realizamos, recibiremos una buena recompensa; si la obra se destruye, seremos salvos, pero como alguien que sobrevivió a un incendio.

Los griegos tenían grandes estadios olímpicos con una tarima elevada en la que se sentaba el juez de la competencia. El «podio», como se le llamaba, no era un tribunal judicial, sino un asiento para la entrega de premios. El tribunal de Cristo es como ese podio. No es un lugar para castigar a los creyentes, sino para recompensarlos por su fiel servicio. Cada uno de nosotros dará cuentas de lo que hizo, después de haber depositado nuestra confianza en Cristo como nuestro Señor y Salvador.

La vida cristiana es una carrera. Por lo tanto, debemos correr la carrera que tenemos por delante y nunca rendirnos. Recuerda, ¡habrá una recompensa al final!