Comencemos Con El PerdónMuestra
Perdonados
Cada uno de nosotros necesitamos el perdón de Dios. Es que aunque hayamos sido redimidos y perdonados al momento de nuestra conversión, los días siguen pasando y en nuestra humana debilidad cometemos pecado. No es que lo practiquemos a diario como un estilo de vida. Como dijo el Apóstol Juan: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Jn. 3:9).
Pero no podemos tapar el sol con la mano y olvidar que nuestro Dios es Santo y que, aun cuando nuestro más firme deseo sea agradarle, hay ocasiones en las que no andamos como Jesús anduvo. Las palabras, las acciones, los pensamientos, nuestra conducta deben reflejar la luz de Cristo en nosotros. No obstante, como también dice Juan:
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y su palabra no está en nosotros" (1 Jn. 1:8-10).
El ser santificados y purificados es un proceso que dura en nosotros la vida entera hasta que llegue lo perfecto. Mientras tanto es sabio y muestra una gran humildad, y en consecuencia una genuina reverencia a Dios, el que confesemos nuestros pecados y procuremos hacer Su voluntad.
El salmista, consciente de esta necesidad no solo del impío sino también del justo, expresó una verdad maravillosa que nos habla de la gracia de Dios y de ßu infinita misericordia. “De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica. JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Sal. 130:1-4).
¡Perdonados! ¡Qué alivio, qué gloria, qué bendición! Un Dios que nos ama y que no acumula los pecados en el gran baúl de los recuerdos para ponerlos sobre la mesa en el momento menos esperado. Un Dios que perdona: “Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones" (Heb. 10:17).
Por tanto, amados, confiados en la gracia de Dios que envió a Su Hijo Jesús a redimirnos: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”, (Is. 53:6) confiemos también en que “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn. 2:1).
Arrepintámonos de nuestros pecados, de los que sabemos y de los que nos son ocultos, digamos como el salmista: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Sal. 19:12-14).
Acerca de este Plan
La falta de perdón es causa de muchos males. Comprender cuán importante es el acto de perdonar nos lleva al escenario ideal para que podemos poner a un lado sentimientos que quieren ahogar en nosotros toda intención de pasar por alto la ofensa. En este plan iremos a la Biblia para encontrar en ella el empuje que necesitamos para humillar nuestro yo y dar a otros la gracia del perdón.
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Nos gustaría agradecer a Grettchen Figueroa por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://facebook.com/grettchen.figueroa