La Mayor MotivaciónMuestra

COMPRENDAMOS QUE NECESITAMOS RECONOCER PARA TENER UN CORAZÓN LLENO DE GRATITUD PARA CON NUESTRO DIOS:

TENEMOS QUE RECONOCER SU AMOR Y SU MISERICORDIA INCONDICIONAL PARA CON NOSOTROS (Salmo 103:3a).

ÉL ES QUIEN PERDONA, ¿quién es el que perdona? ¡El que ama! Tenemos que estar agradecidos con el Señor porque, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras iniquidades y desobediencias, Él nos ama y nos perdona incondicionalmente por su misericordia (Lamentaciones 3:22).

TENEMOS QUE RECONOCER SU BONDAD Y SUS MARAVILLAS A FAVOR DE NUESTRA VIDA (Salmo 103:3b).

Tenemos que comprender que en todo proceso de sanidad es la mano de Dios quien interviene a nuestro favor, porque Él es quien da vida, Él es quien tiene la última palabra.

Los médicos y la ciencia pueden dar tratamientos y hacer procedimientos pero el único que da vida es nuestro Dios (Salmos 21:4).

Tenemos que estar agradecidos porque ya sea de forma milagrosa, por medio de un tratamiento o de un procedimiento quirúrgico ha sido el poder y la bondad de Dios la que se ha manifestado a nuestros favor.

Y tenemos que saber que la palabra dolencia significa indisposición, enfermedad o alteración de la salud: tanto a nivel físico como emocional. Es decir que es nuestro Dios quien ha cuidado de cada área de nuestra vida.

TENEMOS QUE RECONOCER QUE SOLAMENTE NUESTRO DIOS PUEDE AYUDARNOS CUANDO PARECE QUE YA NO HAY ESPERANZA (Salmo 103:4a).

En el original la palabra hoyo se refiere literalmente al agujero de la tumba. Es decir, está hablando de situaciones que aparentemente no tienen salida, situaciones que aparentemente no tienen solución y de las que NADIE TIENE LA RESPUESTA.

Pero hay un Dios en los cielos que tiene la respuesta que nuestra vida necesita (Daniel 2:27-28).

CONCLUSIÓN: Tenemos que tener un corazón lleno de gratitud reconociendo todo lo que Dios ha hecho por nosotros y esa gratitud tiene que ser LA MAYOR MOTIVACIÓN para seguir adelante, para no apartarnos, para no volver atrás. No hay mayor motivación que reconocer el gran amor de Dios por cada uno de nosotros (Romanos 5:8).