Cuando la Música de tu Alma se Detiene, Golpea las puertas del CieloMuestra

Cómo adorar cuando la música se detiene

En una ocasión conocí un copastor llamado Luís, que durante su juventud, y por dieciocho años, adoró a Dios ministrando la alabanza y dirigiéndola, por otros diez, en muchas iglesias, conferencias y convenciones en diferentes estados y países. Su vida giraba alrededor del Reino de Dios. Pero, un día, como dice el Evangelio de Mateo, «descendió lluvia y vinieron ríos y soplaron vientos y golpearon contra su vida»[1]. Su esposa lo abandonó y terminó divorciado y con un niño pequeño. Luis le preguntaba a Dios: "¿Por qué yo, si todo lo que he hecho es servirte?"

El rey David, uno de los salmistas más grandes, experimentó la situación de estar en batalla y el anhelo de concluir esa pelea para volver a su casa en busca de paz. Sin embargo, en lugar de un recibimiento festivo, encontró su casa incendiada y, además, le dieron la noticia del secuestro de su familia por parte de los amalecitas (1 Samuel 30). En segundos, la música que fluía en su corazón se detuvo. El versículo 4 narra que David y su gente «alzaron su voz y lloraron hasta que les faltaron las fuerzas para llorar», porque, sin importar qué tan grandes adoradores o guerreros seamos, en algún momento de la vida, enfrentaremos un evento que retará nuestra adoración y, aunque haya amargura de alma en nuestro ser (versículo6), tendremos que aprender a encontrar a Dios una vez más (versículo 8). Solo Él podrá guiarnos en cómo accionar para recuperar lo que perdimos. Solo Dios puede hacer que un fracaso, un dolor, una pérdida, aquello que nos hizo llorar amargamente termine siendo usado para nuestro bien y a nuestro favor.

Continuando con la historia de David, el salmista nos cuenta que, luego de haber llorado amargamente, buscó el rostro del Señor, recibió dirección, y recuperó a su familia y todo lo que había perdido. A pesar de su desgano para alabar y adorar a Dios, lo hizo, se humilló y buscó su rostro. Esta actitud se relaciona con los momentos en que no sentimos el deseo de adorar a Dios debido a las pruebas y dificultades que enfrentamos. Es precisamente en estas circunstancias cuando, con mayor determinación, debemos levantarnos firmes y seguir adorando y clamando porque, cuando nuestra adoración golpea los cielos, las fuentes de bendición se derraman. David decía: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.

Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila»[2]. Como vemos, el salmista le ordenó a su alma bendecir a Dios y le recordó los maravillosos beneficios de glorificar y exaltarlo.

Sabemos que el dolor y las emociones querrán dominarnos, pero no debemos permitir que los sentimientos manejen nuestro tiempo con Dios. Tal vez no haya música a tu alrededor, pero el Cordero Santo es digno de toda adoración y, cuando lo adoramos, Él se encarga de todo lo demás.

El Rey David presentó, delante de Jehová, todas sus aflicciones, y así también expuso, delante del trono, su dolor por haber perdido su música. Hoy es el día en que tú también puedes hacer lo mismo.

Aunque muchas veces no entendamos los caminos del Señor, sí estamos seguros de que Dios vuelve a poner de pie a los caídos. Y, así como Él nunca cambia —y siempre nos guarda—, nuestra adoración tampoco debe cambiar.