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Más profundo

El profeta Eliseo había muerto, y fue enterrado. Tiempo después, unos israelitas fueron al cementerio para enterrar a un muerto y a lo lejos vieron venir unos ladrones que atacaban la zona cada primavera. Entonces en el apuro, arrojaron el cuerpo a la tumba de Eliseo y huyeron; cuando el cuerpo tocó los huesos del profeta, ¡el muerto resucitó y de un salto se puso de pie!

Seguramente escuchaste en reiteradas ocasiones las siguientes preguntas:

¿Estás sumergido en las cosas de Dios? ¿Qué tanto estás sumergido en su presencia y en su río? ¿Te dejás llevar por la marea de su presencia?

Pero tengo otra diferente: ¿Cuán profundo está Dios en tu vida?

Creo que es un tiempo bisagra en la historia de la Iglesia global, un momento en el que el Espíritu de Dios va a atravesar a la Iglesia de manera muy profunda reconectando el corazón de los hijos que estaban a la espera y a la expectativa de que acontezca algo por afuera, de que alguien haga algo; gente que estaba acostumbrada a ver el juego desde las tribunas; personas que estaban acostumbradas a mirar y opinar. Llegó el momento de entrar al estadio y ser parte del equipo titular.

Llegó el momento de entender que para que las próximas generaciones estén más cerca de Cristo, es nuestra responsabilidad dejarlo entrar profundo hoy. Es tiempo de reconectarnos con la fuente, para conectarnos con el propósito de tal manera que nuestros huesos y lo que quede de nosotros en el futuro siga trayendo vida a las próximas generaciones.

En el Antiguo Pacto, el río de Dios estaba por fuera, ese río que podría arrastrarnos. Pero en el Nuevo, las cosas cambian. Jesús dijo: “De aquel que crea en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:38 NVI).

Ya no pasa por fuera, ya no es superficial. Ahora la cuestión viene por dentro. Viene por una transformación espiritual, que nos lleva a una transformación mental y física.