Gracia Sin CondenaciónMuestra

La liberación del juicio

Cuando todos se marchan, aún no termina el juicio, porque todavía quedaba la mujer en el puesto de acusada que tenía al comienzo de la historia: y se prepara para recibir el veredicto final del único que queda: Jesús.

Pongámonos un segundo en los zapatos de la mujer, si es que había logrado agarrarlos y ponérselos. Esto era una discusión religiosa, y ella había quedado en el medio de eso. Los religiosos ya habían dictaminado la sentencia, pero fueron a ver qué decía Jesús. A lo cual Él responde lo que ya todos leímos, que solo un inocente puede arrojar la piedra para matarla, y lo que ocurre es que se van todos… EXCEPTO JESÚS.

La mujer habrá pensado: "¡Ah, qué mala suerte tengo! No logré escapar del piedrazo. Justo a uno que es inocente le preguntaron que tenía qué hacer". Y este maestro enigmático, encima no hablaba.

Hasta que de repente se rompe el silencio.

Ahora, tengo algunas dudas aquí, pero que probablemente no tengan una respuesta, pero es para que lo piensen en sus casas… ¿Por qué nadie de la multitud saltó a defenderla? ¿Acaso nosotros si hubiésemos estado entre la multitud hubiéramos callado por el simple hecho de que se lo merecía? ¿Por qué no salió corriendo si los acusadores principales que la habían encontrado se habían ido? Pero volvamos al momento en que Jesús rompe el silencio y por primera vez en el relato, se le da voz, identidad, derecho a expresarse, a la acusada.

Él le dice: "NADIE TE HA CONDENADO". Yo supongo que ella sintió lo que todos sentimos en momentos en que somos descubiertos, en momentos donde nos encontramos vulnerables… Queremos otra oportunidad. Pero la fuerza no nos da. El ánimo no nos responde como para poder gritarlo ni susurrarlo al menos. Ella alcanza a decirle: "No, señor, ninguno me condenó".

Pregunta disparadora para el lector: ¿Cómo crees que te sentirías si estuvieras en el lugar de la mujer en esta historia, frente a una multitud que te acusa pero también ante las palabras de perdón y redención de Jesús?