Lectura Con El Pueblo De DiosMuestra

Reto de memorización del mes:

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen María. Padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado; Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos. Ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso. Desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo, en la santa iglesia cristiana, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Amén.

Lectura con el Pueblo de Dios:

Muy buen líder...

En nuestra lectura de hoy, el Salmo es otro Salmo de alabanza. El Señor es alabado como el Rey Eterno y Todopoderoso que cuida de los más necesitados de su pueblo. El reinado de Yahvé se opone a la calamidad del dominio humano. ¡Sabemos esto último muy bien!

Este dios es diferente a los antiguos dioses griegos, que manifestaban rasgos humanos en proporciones exageradas. Más bien, el Señor es el monarca ideal contra el cual todos los gobernantes humanos se quedan lamentablemente cortos. En el Nuevo Testamento, Jesús (el perfecto Hijo de Dios) sería el madero eterno clavado en medio de la humanidad para que todos lo comparemos. Todos nos quedamos cortos. ¡No hay nadie como nuestro Dios!

El Salmo 146 no solo alaba el gobierno perfecto del Señor, sino que también condena el gobierno defectuoso de los líderes humanos. Cuando leas los versículos 8-9, trata de aplicar estas cualidades a los políticos de hoy. No hacen ninguna de estas cosas porque no pueden o no quieren priorizarlas. ¡Debemos orar por nuestros líderes hoy!

Cuando cantamos el Salmo 146, el pueblo de Dios se encuentra cara a cara con las exigencias éticas del Señor. Las descripciones sobre la naturaleza de Dios, especialmente en el contexto de la oración, tienden a moldear nuestra naturaleza cuando las pronunciamos. En pocas palabras, si Dios da de comer al hambriento (v. 7), ¡nosotros también deberíamos hacerlo! A medida que leemos y meditamos regularmente en la Palabra de Dios, veremos que Jesús lo cambia todo, ¡incluso a nosotros!