Lectura Con El Pueblo De Dios 8: La PazEjemplo

Mateo 8:26

“Él les dijo: '¿Por qué teméis, hombres de poca fe?' Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza".

Para un cazador de tormentas experimentado, tener miedo por su vida significa que la tormenta debe ser realmente mala. Eso fue lo que les pasó a los discípulos en la barca en el Mar de Galilea. Estos pescadores conocían el agua como la palma de su mano, o al menos así pensaban. Pero cuando llegó la tarde, los vientos sharkia (que significa “tiburón” en árabe) por los que Galilea es famosa, atacaron y abrumaron la pequeña barca. Estaban atrapados en sus fauces. A merced de las olas, la respuesta de luchar o huir se activó en los discípulos, y se sintieron tentados a ceder a sus miedos más primitivos.

El miedo funciona así. Aparece de repente, amenazando con socavar las verdades objetivas de las promesas de Dios. Atrapados en las garras de nuestros miedos, nuestro cerebro primitivo se activa., y nos sentimos tentados a creer las mentiras más horribles: “Ya no hay esperanza.” “Dios no me ama.” “Esta tormenta es más grande y más fuerte que Jesús.” Al igual que los discípulos, llegamos al límite de nosotros mismos y lo único que podemos decir es un humilde: “Sálvanos, Señor; que perecemos” (v. 25). Sin embargo, afortunadamente, estas palabras son suficientes.

La respuesta de Jesús a los miedos de sus discípulos fue inmediata: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” Luego se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y hubo una gran calma. Los discípulos fueron salvados no por su gran fe, sino a pesar de su falta de ella. De hecho, fue en su hora más oscura que llegó la ayuda. Su palabra, como siempre, resultó ser más verdadera y más fuerte que sus ansiedades. Reprendió al viento y a las olas, alejando el miedo de sus corazones con su palabra autoritaria.

Cuando estábamos atrapados en la tormenta de nuestro pecado, Dios envió a un rey en un pesebre para rescatarnos. Este Verbo hecho carne llegó en la hora más oscura de la noche, cuando toda esperanza parecía perdida: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos.” (Isa. 9:2).

Jesús ahuyenta la noche en nuestro alrededor, aplasta a los monstruos y desbarata la cabeza de Satanás. Atrapados en el abrazo de su gracia, somos liberados de las garras de la desesperación.

Jesús, cuando el pecado amenaza con abrumarme, enséñame a orar como los discípulos: “Sálvame, Señor; estoy pereciendo". Amén.