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Dinero: el dios Mamón

En las palabras de Jesús en Mateo 6:24, encontramos una advertencia clara y desafiante: "Nadie puede servir a dos señores... Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a las riquezas". Esta enseñanza pone de relieve una verdad incómoda sobre la naturaleza humana y la tentación de idolatrar las riquezas. Jesús menciona por nombre al dios Mamón, representando así la personificación de la riqueza y el materialismo, y lo contrapone directamente a la devoción a Dios. La realidad de este ídolo en nuestras vidas es tan relevante hoy como lo fue en tiempos de Jesús, quizás incluso más dada nuestra cultura consumista y materialista.

La obsesión por acumular riquezas domina tanto a ricos como a pobres, ofreciendo falsas promesas de seguridad, poder y bienestar. Sin embargo, este camino solo conduce a una ansiedad creciente y a una necesidad insaciable de más. Al convertir el dinero en un fin y no en un medio para adorar a Dios, nos encontramos atrapados en la trampa del materialismo, donde el alma se empobrece y el corazón se vuelve menos generoso.

La relación que mantenemos con nuestro dinero y posesiones es un reflejo fiel del estado de nuestro corazón. El amor al dinero, como nos recuerda Pablo en 1 Timoteo 6:10, es raíz de todos los males, no porque el dinero en sí sea malo, sino porque el idolatrarlo distorsiona las bendiciones de Dios en algo que exige sacrificios cada vez mayores, sacrificios que nunca satisfacen.

Esta idolatría del dinero lleva a las personas a tomar decisiones que contravienen sus principios, abandonar a sus familias, sacrificar su salud e incluso vender su propósito de vida. La suficiencia nunca es alcanzada, como lo ilustra la respuesta de Rockefeller a la pregunta de cuánto dinero es suficiente: "Sólo un poco más".

Este ídolo moderno promete falsa seguridad y felicidad pero termina por defraudarnos, poseernos y convertirnos en esclavos de la codicia, decisiones motivadas únicamente por el deseo de acumular más. En este proceso, perdemos nuestra empatía, nuestro amor y generosidad, ya que el dinero, siendo un buen siervo, se convierte en un terrible señor.

Frente a este desafío, Jesús nos ofrece un camino diferente, uno donde las posesiones y el dinero sirven a la misión de amar y servir a los demás. Jesús, teniéndolo todo, lo entregó todo por amor. La verdadera bendición no radica en acumular, sino en dar, en vivir una vida marcada por la generosidad. Seguir a Jesús significa dejar de perseguir las riquezas para encontrar nuestra identidad y propósito en Él, no en lo material.

Vivir con una perspectiva eterna nos ayuda a entender el lugar correcto del dinero en nuestras vidas: como una herramienta para bendecir a otros, no como un ídolo que nos aleja de Dios. La verdadera riqueza se encuentra en las buenas obras, en atesorar no para nosotros en esta vida, sino viviendo con la mirada puesta en la eternidad.

Hoy, te invito a reflexionar sobre tu relación con el dinero. ¿Es una herramienta para servir y glorificar a Dios, o se ha convertido en un ídolo que compite por tu lealtad? Que podamos encontrar la libertad de servir a un solo Señor, encontrando en Jesús las verdaderas riquezas de su gloria: una vida abundante, generosa, y plena de sentido eterno.