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2 SAMUEL 15:1-23

2 SAMUEL 15:1-23 BLP

Después de esto, Absalón se procuró un carro, caballos y una escolta de cincuenta hombres. Se ponía temprano junto al camino de la entrada de la ciudad y a todo el que llegaba con algún pleito a pedir justicia al rey, Absalón lo llamaba y le preguntaba: «¿De qué ciudad eres?». Cuando el interpelado le respondía: «este siervo tuyo es de tal tribu de Israel», entonces Absalón le decía: —Mira, tu demanda es buena y justa, pero no hay quien te atienda en el tribunal del rey. Y añadía: —Si me nombraran juez de este país, todo el que tuviese algún pleito podría llegar hasta mí y yo le haría justicia. Y cuando alguien se le acercaba para arrodillarse ante él, Absalón le tendía la mano, lo levantaba y lo abrazaba. Absalón actuaba de igual manera con todos los que iban a pedir justicia al rey, ganándose así el afecto de los israelitas. Al cabo de cuatro años, Absalón dijo al rey: —Permíteme ir a Hebrón a cumplir la promesa que hice al Señor, pues cuando tu servidor estaba en Guesur de Aram, hizo esta promesa: «Si el Señor me permite volver a Jerusalén, le ofreceré un sacrificio». David le respondió: —Vete en paz. Entonces Absalón marchó hacia Hebrón y envió espías por todas las tribus de Israel con esta consigna: —Cuando oigáis el toque de la trompeta, gritad: ¡Absalón reina en Hebrón! Absalón partió de Jerusalén con doscientos invitados que lo acompañaron con total ingenuidad y sin sospechar nada del asunto. Durante los sacrificios, Absalón mandó a buscar a su ciudad a Ajitófel, el de Guiló, consejero de David. La conspiración tomaba cuerpo, mientras iban aumentando los partidarios de Absalón. Alguien llevó a David esta información: —Los israelitas se han puesto de parte de Absalón. Entonces David dijo a todos los servidores que lo acompañaban en Jerusalén: —Preparaos para la huida, pues no tendremos escapatoria ante Absalón. Daos prisa en marchar, antes de que él llegue a alcanzarnos, precipite la desgracia sobre nosotros y pase a cuchillo la ciudad. Sus servidores le respondieron: —Majestad, tus siervos harán lo que tú decidas. El rey salió acompañado de toda su corte y dejó diez concubinas para guardar el palacio. El rey y toda la gente que lo acompañaba se detuvieron junto a la última casa de la ciudad. Todos sus servidores marchaban a su lado, mientras que los quereteos, los peleteos y los guititas, en total unos seiscientos hombres que lo siguieron desde Gat, marchaban delante de él. El rey dijo a Itay, el de Gat: —¿Cómo vienes tú también con nosotros? Vuelve y quédate con el rey, pues eres un extranjero, desterrado de tu país. Acabas de llegar ayer mismo y no voy a permitir que andes errante con nosotros, cuando ni yo mismo sé adónde voy. Vuélvete, pues, y llévate contigo a tus paisanos. Y que el Señor sea misericordioso y fiel contigo. Pero Itay le respondió: —¡Por el Señor y por el rey, mi señor! Allí donde esté mi señor, el rey, en vida o muerte, allí estará tu servidor. Entonces David le dijo: —Está bien, pasa. Y pasó Itay, el de Gat, con todos los hombres y los niños que lo acompañaban. Toda la gente lloraba a gritos mientras iba desfilando. Luego David cruzó el torrente Cedrón por el camino que lleva al desierto, y con él cruzó toda la gente.