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LUCAS 18:1-30

LUCAS 18:1-30 BLP

Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse. Les dijo: —Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna. Vivía también en la misma ciudad una viuda que acudió al juez, rogándole: «Hazme justicia frente a mi adversario». Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: «Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie, voy a hacer justicia a esta viuda para evitar que me siga importunando. Así me dejará en paz de una vez». El Señor añadió: —Ya habéis oído lo que dijo aquel mal juez. Pues bien, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Creéis que los hará esperar? Os digo que les hará justicia enseguida. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo? A unos que alardeaban de su propia rectitud y despreciaban a todos los demás, Jesús les contó esta parábola: —En cierta ocasión, dos hombres fueron al Templo a orar. Uno de ellos era un fariseo y el otro un recaudador de impuestos. El fariseo, plantado en primera fila, oraba en su interior de esta manera: «¡Oh Dios!, te doy gracias porque yo no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Tampoco soy como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y pago al Templo la décima parte de todas mis ganancias». En cambio, el recaudador de impuestos, que se mantenía a distancia, ni siquiera se atrevía a levantar la vista del suelo, sino que se golpeaba el pecho y decía: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Os digo que este recaudador de impuestos volvió a casa con sus pecados perdonados; el fariseo, en cambio, no. Porque Dios humillará a quien se ensalce a sí mismo; pero ensalzará a quien se humille a sí mismo. Llevaron unos niños a Jesús para que los bendijese. Los discípulos, al verlo, reñían a quienes los llevaban; pero Jesús, llamando a los niños, dijo: —Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es para los que son como ellos. Os aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Uno de los jefes de los judíos preguntó a Jesús: —Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solamente Dios. Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no des falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre. El dignatario respondió: —Todo eso lo he guardado desde mi adolescencia. Al escuchar estas palabras, Jesús le dijo: —Aún te falta algo: vende todo lo que posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego, vuelve aquí y sígueme. Cuando el hombre oyó esto, se entristeció mucho, porque era muy rico. Jesús, viéndolo tan triste, dijo: —¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios. Los que estaban escuchando preguntaron: —Pues, en ese caso, ¿quién podrá salvarse? Jesús contestó: —Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Pedro le dijo entonces: —Tú sabes que nosotros hemos dejado nuestras cosas para seguirte. Jesús les dijo: —Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por causa del reino de Dios, recibirá mucho más en este mundo, y en el mundo venidero recibirá la vida eterna.

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