LUCAS 18:1-30
LUCAS 18:1-30 RV2020
También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, sin cesar: —Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a nadie. Había también en aquella ciudad una viuda que acudió al juez y le dijo: «Hazme justicia ante mi adversario». El juez no le hizo caso durante algún tiempo, pero después se puso a pensar: «Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie, voy a hacer justicia a esta viuda para que deje de molestarme, no sea que al final se me agote la paciencia». Dijo entonces el Señor: —Prestad atención a lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? Jesús contó también esta otra parábola a unos que confiadamente se tenían por justos y menospreciaban a los demás: —Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo, poniéndose en pie, oraba para sí de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy diezmos de todo lo que poseo». En cambio el recaudador de impuestos, que se mantenía a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Os digo que el recaudador de impuestos descendió a su casa más justificado que el otro, porque cualquiera que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado. A Jesús le llevaban también los niños para que los bendijese. Cuando los discípulos vieron esto, reprendieron a quienes los llevaban. Pero Jesús, llamando a los niños, dijo: —Dejad que los niños vengan a mí. No se lo impidáis, porque el reino de Dios es para los que son como ellos. Os aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él. Uno de los dirigentes le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios. Sabes los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre . Él replicó: —Todo esto lo he guardado desde mi juventud. Al oír esto, Jesús le respondió: —Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. El hombre, oídas estas cosas, se puso muy triste porque era muy rico. Y Jesús, viéndole tan triste dijo: —¡Qué difícil les va a resultar entrar en el reino de Dios a quienes tienes riquezas! Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios. Los que oyeron esto se preguntaban: —Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús respondió: —Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Entonces Pedro dijo: —Nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido. Y él replicó: —Os aseguro que no hay nadie que, habiendo dejado casa o padres o hermanos o mujer o hijos por el reino de Dios, no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el tiempo venidero la vida eterna.