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1 REYES 18:1-46

1 REYES 18:1-46 RV2020

Pasó mucho tiempo, y tres años después llegó palabra del Señor a Elías: —Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra. Fue, pues, Elías a mostrarse a Acab. El hambre que había en Samaria era mucha. Acab llamó a Abdías, su mayordomo. Abdías era muy temeroso del Señor, pues cuando Jezabel destruía a los profetas del Señor, Abdías había tomado a cien profetas y los había escondido en cuevas de cincuenta en cincuenta, y los había sustentado con pan y agua. Dijo, pues, Acab a Abdías: —Ve por el país a todas las fuentes de aguas y a todos los arroyos, a ver si acaso encontramos pasto con que conservar con vida a los caballos y a las mulas, para que no nos quedemos sin bestias. Y dividieron entre sí el país para recorrerlo; Acab fue por un camino y Abdías fue solo por otro. Cuando Abdías iba por el camino, se encontró con Elías. Al reconocerlo, se postró sobre su rostro y dijo: —¿No eres tú Elías, mi señor? —Yo soy; ve y dile a tu amo: «Aquí está Elías» —le respondió él. Abdías replicó: —¿En qué he pecado para que entregues a tu siervo en manos de Acab y me haga morir? ¡Vive el Señor, tu Dios!, que no ha habido nación ni reino adonde mi señor no haya enviado a buscarte, y cuando respondían: «No está aquí», hacía jurar a reinos y a naciones que no te habían hallado. ¿Y ahora tú dices: «Ve y dile a tu amo: Aquí está Elías»? Acontecerá que luego de que yo me haya ido, el espíritu del Señor te llevará adonde yo no sepa. Y cuando yo vaya a dar la noticia a Acab, él no te hallará y me matará. Pero tu siervo teme al Señor desde su juventud. ¿No le han contado a mi señor que, cuando Jezabel mataba a los profetas del Señor, yo escondí en cuevas a cien de los profetas del Señor, de cincuenta en cincuenta, y los mantuve con pan y agua? Y ahora dices tú: «Ve y dile a tu amo: Aquí está Elías». ¿Quieres que me mate? Elías le dijo: —¡Vive el Señor de los ejércitos, en cuya presencia estoy!, que hoy me presentaré ante él. Entonces Abdías se dirigió a Acab, le dio el aviso, y Acab fue a encontrarse con Elías. Cuando lo vio, le dijo: —¿Eres tú el que perturbas a Israel? Él respondió: —Yo no he perturbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, al abandonar los mandamientos del Señor y seguir a los baales. Manda, pues, ahora que todo Israel se congregue en el monte Carmelo , con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel. Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Entonces Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: —¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si el Señor es Dios, seguidle; pero si es Baal, id tras él. Y el pueblo no respondió palabra. Elías prosiguió ante el pueblo: —Solo yo he quedado como profeta del Señor, mientras que de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno; córtenlo en pedazos y pónganlo sobre la leña, pero que no le prendan fuego. Yo prepararé el otro buey, lo pondré sobre la leña, y tampoco le prenderé fuego. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses; yo invocaré el nombre del Señor. La deidad que responda por medio del fuego, ese es Dios. —Bien dicho —respondió todo el pueblo. Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: —Escoged un buey y preparadlo vosotros primero, pues sois los más numerosos. Invocad luego el nombre de vuestros dioses, pero no le prendáis fuego. Ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía. Decían: —¡Baal, respóndenos! Pero no se escuchó ninguna voz, ni hubo quien respondiera; entre tanto, ellos saltaban alrededor del altar que habían hecho. Hacia el mediodía, Elías se burlaba de ellos: —Gritad con voz más fuerte, porque es un dios. Quizá está meditando o tiene algún trabajo, o se ha ido de viaje. ¡Tal vez duerme y haya que despertarlo! Seguían ellos con sus clamores y sus gritos, y se hacían cortes, conforme a su costumbre, con cuchillos y con lancetas, hasta que les chorreaba la sangre. Pasó el mediodía y ellos continuaron su griterío frenético hasta la hora de ofrecer el sacrificio, pero no se escuchó ninguna voz, ni hubo quien respondiera ni escuchara. Entonces dijo Elías a todo el pueblo: —Acercaos a mí. Todo el pueblo se le acercó, y Elías arregló el altar del Señor que estaba arruinado. Tomó doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra del Señor que decía: «Israel será tu nombre», y edificó con las piedras un altar al nombre del Señor. Después hizo una zanja alrededor del altar, en que cupieran dos medidas de grano. Preparó la leña, cortó el buey en pedazos, lo puso sobre la leña, y dijo: —Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña. —Hacedlo otra vez, —dijo; y lo hicieron otra vez. —Hacedlo la tercera vez —dijo de nuevo; y lo hicieron la tercera vez, de manera que el agua corría alrededor del altar, y también llenaba la zanja. Cuando llegó la hora de ofrecer el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: —Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu siervo y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, Señor, eres Dios, y que tú haces que su corazón se vuelva hacia ti. Entonces cayó fuego del Señor y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y hasta lamió el agua que estaba en la zanja. Al ver esto, todos se postraron y dijeron: —¡El Señor es Dios, el Señor es Dios! Entonces Elías les dijo: —Apresad a los profetas de Baal para que no escape ninguno. Ellos los apresaron y Elías los condujo al arroyo de Cisón y allí los degolló. Entonces Elías dijo a Acab: —Sube, come y bebe; porque ya se oye el ruido de la lluvia. Acab subió a comer y a beber. Pero Elías ascendió a la cumbre del Carmelo y, postrado en tierra, puso el rostro entre las rodillas. Luego dijo a su criado: —Sube ahora y mira hacia el mar. Él subió, miró y dijo: —No hay nada. Pero Elías le ordenó de nuevo: —Vuelve siete veces. A la séptima vez el criado dijo: —Veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Elías dijo: —Ve y dile a Acab: «Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te lo impida». Entre tanto, aconteció que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo un gran aguacero. Acab subió a su carro y se fue a Jezreel. Pero la mano del Señor estaba sobre Elías, que se ciñó la ropa a la cintura y corrió delante de Acab hasta llegar a Jezreel.

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