2 REYES 10:1-35
2 REYES 10:1-35 DHHE
Ahab tenía setenta hijos en Samaria, así que Jehú escribió cartas a las autoridades de la ciudad, a los ancianos y a los tutores de los hijos de Ahab, diciéndoles: “Puesto que tenéis con vosotros a los hijos de vuestro señor, así como sus caballos y sus carros de combate, su plaza fuerte y sus armas, cuando esta carta llegue a vosotros, escoged al mejor y más apto de los hijos de vuestro señor, ponedlo en el trono de su padre y luchad por la casa de vuestro señor.” Esto los llenó de miedo, y dijeron: “Si dos reyes no pudieron resistir frente a él, ¿cómo vamos a resistir nosotros?” Entonces el mayordomo de palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los tutores mandaron a decir a Jehú: “Nosotros estamos a tus órdenes y haremos todo lo que nos mandes, pero no vamos a nombrar rey a nadie. Haz lo que te parezca mejor.” Por segunda vez les escribió Jehú, diciéndoles: “Si vosotros estáis de mi parte y queréis obedecer mis órdenes, tomad las cabezas de los hijos de vuestro señor, y mañana a estas horas venid a verme a Jezreel.” Los setenta hijos varones del rey estaban con los grandes personajes de la ciudad que los habían criado, así que al recibir estos la carta, tomaron a los setenta varones y los mataron; luego echaron sus cabezas en unas canastas y las enviaron a Jezreel. Cuando llegó el mensajero, le dijo a Jehú: –Han traído las cabezas de los hijos del rey. Jehú ordenó: –Ponedlas en dos montones a la entrada de la ciudad, y dejadlas allí hasta mañana. Al día siguiente salió Jehú, y puesto en pie dijo a todo el pueblo: –Vosotros sois inocentes. Yo fui quien conspiré contra mi señor y lo maté; pero, ¿quién ha matado a todos estos? Sabed que nada de lo que el Señor habló contra la familia de Ahab dejará de cumplirse. El Señor mismo ha hecho lo que anunció por medio de Elías, su siervo. Y Jehú dio muerte en Jezreel al resto de la familia de Ahab, a todos sus hombres importantes y amigos íntimos, y a sus sacerdotes. No dejó a nadie con vida. Después se dirigió a Samaria, y en el camino llegó a Bet-equed de los Pastores, donde encontró a los hermanos de Ocozías, rey de Judá. Jehú les preguntó: –¿Quiénes sois vosotros? Ellos le respondieron: –Somos hermanos de Ocozías, y hemos venido a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina. Entonces Jehú ordenó a sus seguidores: –Atrapadlos vivos. Los seguidores de Jehú los atraparon vivos y los degollaron junto al pozo de Bet-equed de los Pastores. Eran cuarenta y dos hombres, y no dejaron a ninguno de ellos con vida. Cuando Jehú se fue de allí se encontró con Jonadab, hijo de Recab, que había ido a verle. Jehú le saludó y le dijo: –¿Son buenas tus intenciones hacia mí, como lo son las mías hacia ti? –Así es –respondió Jonadab. –En ese caso, dame la mano –dijo Jehú. Jonadab le dio la mano, y Jehú le hizo subir con él a su carro, diciéndole: –Acompáñame y verás mi celo por el Señor. Así pues, le llevó en su carro. Y al entrar en Samaria, Jehú mató a todos los descendientes de Ahab que aún quedaban con vida. Los exterminó por completo, según el Señor se lo había anunciado a Elías. Después reunió Jehú a todo el pueblo, y le dijo: –Ahab rindió un poco de culto a Baal, pero yo le voy a rendir mucho culto. Por lo tanto, llamad a todos los profetas, adoradores y sacerdotes de Baal, sin que falte ninguno, porque he preparado un gran sacrificio en honor de Baal. El que falte será condenado. Pero Jehú había planeado este engaño para aniquilar a los adoradores de Baal; por eso ordenó que se anunciara una fiesta solemne a Baal, y así se hizo. Después envió mensajeros por todo Israel, y todos los que adoraban a Baal llegaron al templo. Ninguno de ellos faltó, de modo que el templo de Baal estaba lleno de parte a parte. Jehú dijo entonces al encargado del guardarropa que sacara trajes de ceremonia para todos los adoradores de Baal, y el encargado lo hizo así. A continuación, Jehú y Jonadab entraron en el templo de Baal, y Jehú dijo a los adoradores de Baal: –Procurad que no haya entre vosotros ninguno de los adoradores del Señor, sino solo adoradores de Baal. Los adoradores de Baal entraron en el templo para ofrecer sacrificios y holocaustos. Mientras tanto, Jehú puso ochenta hombres fuera, y les advirtió: –Quien deje escapar a alguno de los hombres que he puesto en vuestras manos, lo pagará con su vida. Y al terminar Jehú de ofrecer el holocausto, ordenó a los guardias y oficiales: –¡Entrad y matadlos! ¡Que no escape ninguno! Los hombres de Jehú los mataron a filo de espada, y luego los arrojaron de allí. Después entraron en el santuario del templo de Baal y sacaron los troncos sagrados y los quemaron. Derribaron también el altar y el templo de Baal, y lo convirtieron todo en un muladar que existe hasta el día de hoy. Así, Jehú eliminó de Israel a Baal. Sin embargo, no se apartó de los pecados con que Jeroboam, hijo de Nabat, hizo pecar a los israelitas, pues siguió rindiendo culto a los becerros de oro que había en Dan y en Betel. El Señor dijo a Jehú: “Ya que ante mí has actuado bien y a mis ojos tus acciones han sido rectas, pues has hecho con la familia de Ahab todo lo que yo me había propuesto, tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación.” A pesar de todo, Jehú no se preocupó por cumplir fielmente la ley del Señor, el Dios de Israel, pues no se apartó de los pecados con que Jeroboam hizo pecar a los israelitas. Por aquel tiempo, el Señor comenzó a recortar el territorio de Israel. Hazael atacó a los israelitas por todas sus fronteras: desde el este del Jordán, por toda la región de Galaad, Gad, Rubén y Manasés, y desde Aroer, que está junto al arroyo Arnón, incluyendo Galaad y Basán. El resto de la historia de Jehú, de todo lo que hizo y de sus hazañas, está escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel. Cuando murió, lo enterraron en Samaria, y reinó en su lugar su hijo Joacaz.