2 REYES 10:1-35
2 REYES 10:1-35 La Palabra (versión española) (BLP)
Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió cartas y las envió a Samaría, a los notables de Israel, a los ancianos y a los tutores de los hijos de Ajab. En ellas decía: «Ya que tenéis con vosotros a los hijos de vuestro señor, carros y caballos, una ciudad fortificada y armamento, cuando recibáis esta carta, discernid cuál es el mejor y el más recto entre los hijos de vuestro señor, sentadlo en el trono de su padre y defended la dinastía de vuestro señor». Ellos quedaron aterrorizados y dijeron: —Si dos reyes no han podido resistírsele, ¿cómo podremos nosotros? Así que el mayordomo del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los preceptores mandaron a decir a Jehú: —Somos tus servidores y haremos todo lo que nos digas, pero no proclamaremos a nadie rey. Haz lo que te parezca mejor. Entonces Jehú les escribió otra carta que decía: «Si estáis conmigo y queréis obedecerme, venid a verme mañana a estas horas a Jezrael, trayendo las cabezas de los descendientes de vuestro señor». Los setenta hijos del rey vivían con los nobles de la ciudad, que se encargaban de criarlos. Cuando recibieron la carta, mataron a los setenta hijos del rey, pusieron sus cabezas en cestos y se las enviaron a Jezrael. Cuando llegó el mensajero, le comunicó: —Ya han traído las cabezas de los hijos del rey. Entonces Jehú ordenó: —Dejadlas en dos montones a la entrada de la ciudad hasta mañana. A la mañana siguiente, Jehú salió y, puesto en pie, dijo a todo el pueblo: —Vosotros sois inocentes. He sido yo quien ha conspirado contra mi señor y lo ha matado. Pero ¿quién ha matado a todos estos? Sabed, pues, que ninguna de las palabras que el Señor pronunció contra la dinastía de Ajab caerá en saco roto. El Señor ha realizado lo que anunció por medio de su siervo Elías. Jehú mató a todos los supervivientes de la familia de Ajab en Jezrael y a todas sus autoridades, parientes y sacerdotes, hasta no dejar ni uno vivo. Después emprendió el camino hacia Samaría y cuando llegó a Betequed de los Pastores se encontró con los parientes de Ocozías, el rey de Judá, y les preguntó: —¿Quiénes sois? Ellos respondieron: —Somos parientes de Ocozías, que venimos a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina madre. Entonces Jehú ordenó: —Prendedlos vivos. Los prendieron vivos y los degollaron junto al pozo de Betequed. Eran cuarenta y dos, y no se salvó ninguno. Se fue de allí y se encontró con Jonadab, el hijo de Recab que había ido a visitarlo. Lo saludó y le preguntó: —¿Estás de acuerdo conmigo, como yo lo estoy contigo? Jonadab respondió: —Sí, lo estoy. Jehú le dijo: —Entonces dame la mano. Le dio la mano y Jehú lo hizo subir con él en su carro. Luego le dijo: —Ven conmigo y comprobarás cómo defiendo la causa del Señor. Cuando llegó a Samaría mató a todos los supervivientes de la familia de Ajab que había allí hasta exterminarlos, como el Señor había anunciado a Elías. Luego convocó a toda la gente y les dijo: —Si Ajab rindió culto a Baal, Jehú lo superará. Así que, llamadme a todos los profetas de Baal y a todos sus fieles y sacerdotes sin excepción, porque quiero ofrecer a Baal un gran sacrificio. El que falte morirá. Jehú actuaba con astucia para exterminar a los fieles de Baal. A continuación ordenó: —Anunciad una celebración solemne en honor de Baal. La anunciaron. Luego envió mensajeros por todo Israel y llegaron todos los fieles de Baal, sin faltar ninguno. Entraron al templo de Baal y lo llenaron por completo. Entonces Jehú ordenó al encargado del vestuario: —Saca vestiduras para todos los fieles de Baal. Él se las sacó. Jehú y Jonadab, el hijo de Recab, entraron en el templo, y Jehú dijo a los fieles de Baal: —Comprobad que aquí entre vosotros solo hay fieles de Baal y que no hay fieles del Señor. Luego entraron a ofrecer sacrificios y holocaustos. Jehú había dejado apostados fuera ochenta hombres con estas órdenes: —El que deje escapar a alguno de los hombres que yo os entregue, lo pagará con su vida. Y cuando concluyó el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales: —Entrad y matadlos. Que no escape ninguno. Los guardias y oficiales los pasaron a cuchillo y los arrojaron fuera. Luego fueron al camarín del templo de Baal, sacaron de allí la estatua de Baal y la quemaron. Finalmente derribaron las columnas y el templo de Baal y convirtieron el lugar en una cloaca hasta el día de hoy. Y así fue como Jehú erradicó de Israel a Baal. Sin embargo, Jehú no se apartó de los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, hizo cometer a Israel: los becerros de oro de Betel y Dan. El Señor le dijo: «Porque has obrado bien y has actuado correctamente respecto a mí, ejecutando todo cuanto había dispuesto contra la dinastía de Ajab, tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación». Pero Jehú no se preocupó de cumplir de corazón la ley del Señor, Dios de Israel, ni se apartó de los pecados que Jeroboán hizo cometer a Israel. Por entonces el Señor empezó a reducir el territorio de Israel. Jazael derrotó a Israel en todas sus fronteras, desde el Jordán hacia el este, en todo el territorio de Galaad, Gad, Rubén y Manasés; y desde Aroer, junto al arroyo Arnón, hasta Galaad y Basán. El resto de la historia de Jehú, todo cuanto hizo y sus hazañas, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. Cuando Jehú murió, fue enterrado en Samaría y su hijo Joacaz le sucedió como rey.
2 REYES 10:1-35 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Ahab tenía setenta hijos en Samaria, así que Jehú escribió cartas a las autoridades de la ciudad, a los ancianos y a los tutores de los hijos de Ahab, diciéndoles: “Puesto que tenéis con vosotros a los hijos de vuestro señor, así como sus caballos y sus carros de combate, su plaza fuerte y sus armas, cuando esta carta llegue a vosotros, escoged al mejor y más apto de los hijos de vuestro señor, ponedlo en el trono de su padre y luchad por la casa de vuestro señor.” Esto los llenó de miedo, y dijeron: “Si dos reyes no pudieron resistir frente a él, ¿cómo vamos a resistir nosotros?” Entonces el mayordomo de palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los tutores mandaron a decir a Jehú: “Nosotros estamos a tus órdenes y haremos todo lo que nos mandes, pero no vamos a nombrar rey a nadie. Haz lo que te parezca mejor.” Por segunda vez les escribió Jehú, diciéndoles: “Si vosotros estáis de mi parte y queréis obedecer mis órdenes, tomad las cabezas de los hijos de vuestro señor, y mañana a estas horas venid a verme a Jezreel.” Los setenta hijos varones del rey estaban con los grandes personajes de la ciudad que los habían criado, así que al recibir estos la carta, tomaron a los setenta varones y los mataron; luego echaron sus cabezas en unas canastas y las enviaron a Jezreel. Cuando llegó el mensajero, le dijo a Jehú: –Han traído las cabezas de los hijos del rey. Jehú ordenó: –Ponedlas en dos montones a la entrada de la ciudad, y dejadlas allí hasta mañana. Al día siguiente salió Jehú, y puesto en pie dijo a todo el pueblo: –Vosotros sois inocentes. Yo fui quien conspiré contra mi señor y lo maté; pero, ¿quién ha matado a todos estos? Sabed que nada de lo que el Señor habló contra la familia de Ahab dejará de cumplirse. El Señor mismo ha hecho lo que anunció por medio de Elías, su siervo. Y Jehú dio muerte en Jezreel al resto de la familia de Ahab, a todos sus hombres importantes y amigos íntimos, y a sus sacerdotes. No dejó a nadie con vida. Después se dirigió a Samaria, y en el camino llegó a Bet-equed de los Pastores, donde encontró a los hermanos de Ocozías, rey de Judá. Jehú les preguntó: –¿Quiénes sois vosotros? Ellos le respondieron: –Somos hermanos de Ocozías, y hemos venido a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina. Entonces Jehú ordenó a sus seguidores: –Atrapadlos vivos. Los seguidores de Jehú los atraparon vivos y los degollaron junto al pozo de Bet-equed de los Pastores. Eran cuarenta y dos hombres, y no dejaron a ninguno de ellos con vida. Cuando Jehú se fue de allí se encontró con Jonadab, hijo de Recab, que había ido a verle. Jehú le saludó y le dijo: –¿Son buenas tus intenciones hacia mí, como lo son las mías hacia ti? –Así es –respondió Jonadab. –En ese caso, dame la mano –dijo Jehú. Jonadab le dio la mano, y Jehú le hizo subir con él a su carro, diciéndole: –Acompáñame y verás mi celo por el Señor. Así pues, le llevó en su carro. Y al entrar en Samaria, Jehú mató a todos los descendientes de Ahab que aún quedaban con vida. Los exterminó por completo, según el Señor se lo había anunciado a Elías. Después reunió Jehú a todo el pueblo, y le dijo: –Ahab rindió un poco de culto a Baal, pero yo le voy a rendir mucho culto. Por lo tanto, llamad a todos los profetas, adoradores y sacerdotes de Baal, sin que falte ninguno, porque he preparado un gran sacrificio en honor de Baal. El que falte será condenado. Pero Jehú había planeado este engaño para aniquilar a los adoradores de Baal; por eso ordenó que se anunciara una fiesta solemne a Baal, y así se hizo. Después envió mensajeros por todo Israel, y todos los que adoraban a Baal llegaron al templo. Ninguno de ellos faltó, de modo que el templo de Baal estaba lleno de parte a parte. Jehú dijo entonces al encargado del guardarropa que sacara trajes de ceremonia para todos los adoradores de Baal, y el encargado lo hizo así. A continuación, Jehú y Jonadab entraron en el templo de Baal, y Jehú dijo a los adoradores de Baal: –Procurad que no haya entre vosotros ninguno de los adoradores del Señor, sino solo adoradores de Baal. Los adoradores de Baal entraron en el templo para ofrecer sacrificios y holocaustos. Mientras tanto, Jehú puso ochenta hombres fuera, y les advirtió: –Quien deje escapar a alguno de los hombres que he puesto en vuestras manos, lo pagará con su vida. Y al terminar Jehú de ofrecer el holocausto, ordenó a los guardias y oficiales: –¡Entrad y matadlos! ¡Que no escape ninguno! Los hombres de Jehú los mataron a filo de espada, y luego los arrojaron de allí. Después entraron en el santuario del templo de Baal y sacaron los troncos sagrados y los quemaron. Derribaron también el altar y el templo de Baal, y lo convirtieron todo en un muladar que existe hasta el día de hoy. Así, Jehú eliminó de Israel a Baal. Sin embargo, no se apartó de los pecados con que Jeroboam, hijo de Nabat, hizo pecar a los israelitas, pues siguió rindiendo culto a los becerros de oro que había en Dan y en Betel. El Señor dijo a Jehú: “Ya que ante mí has actuado bien y a mis ojos tus acciones han sido rectas, pues has hecho con la familia de Ahab todo lo que yo me había propuesto, tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación.” A pesar de todo, Jehú no se preocupó por cumplir fielmente la ley del Señor, el Dios de Israel, pues no se apartó de los pecados con que Jeroboam hizo pecar a los israelitas. Por aquel tiempo, el Señor comenzó a recortar el territorio de Israel. Hazael atacó a los israelitas por todas sus fronteras: desde el este del Jordán, por toda la región de Galaad, Gad, Rubén y Manasés, y desde Aroer, que está junto al arroyo Arnón, incluyendo Galaad y Basán. El resto de la historia de Jehú, de todo lo que hizo y de sus hazañas, está escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel. Cuando murió, lo enterraron en Samaria, y reinó en su lugar su hijo Joacaz.
2 REYES 10:1-35 Reina Valera 2020 (RV2020)
Acab tenía en Samaria setenta hijos, así que Jehú escribió cartas y las envió a Samaria a los principales de Jezreel, a los ancianos y a los tutores de los hijos de Acab, con el siguiente mensaje: «Inmediatamente que lleguen estas cartas a vosotros, como tenéis a los hijos de vuestro señor, y también tenéis carros y gente de a caballo, la ciudad fortificada y las armas, escoged al mejor y al más recto de los hijos de vuestro señor, ponedlo en el trono de su padre y pelead por la casa de vuestro señor». Pero ellos tuvieron gran temor y dijeron: —Si dos reyes no pudieron resistirle, ¿cómo le resistiremos nosotros? Entonces el mayordomo, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los tutores enviaron a decir a Jehú: —Siervos tuyos somos y haremos todo lo que nos mandes. No elegiremos como rey a ninguno, haz lo que bien te parezca. Les escribió por segunda vez: «Si estáis de mi parte y queréis obedecerme, tomad las cabezas de los hijos varones de vuestro señor y venid a verme a Jezreel mañana a esta hora». Los setenta hijos varones del rey estaban con los principales de la ciudad, que los criaban. Cuando recibieron las cartas, tomaron a los hijos del rey y degollaron a los setenta hombres; pusieron sus cabezas en canastas y se las enviaron a Jehú, a Jezreel. Y llegó un mensajero a darle la noticia: —Han traído las cabezas de los hijos del rey. Él le respondió: —Ponedlas en dos montones a la entrada de la puerta, hasta la mañana. A la mañana siguiente salió Jehú y, puesto en pie, dijo a todo el pueblo: —Vosotros sois inocentes. Fui yo quien conspiré contra mi señor y le di muerte; pero, ¿quién ha dado muerte a todos estos? Sabed ahora que de la palabra que el Señor habló sobre la casa de Acab nada caerá en tierra, y que el Señor ha cumplido lo que dijo por medio de su siervo Elías. Mató entonces Jehú a todos los que habían quedado de la casa de Acab en Jezreel, a todos sus príncipes, a todos sus familiares y a sus sacerdotes, hasta que no quedó ninguno. Luego se levantó de allí para ir a Samaria, y en el camino llegó a una casa de pastores destinada al esquileo. Halló allí a los hermanos de Ocozías, rey de Judá, y les preguntó: —¿Quiénes sois vosotros? Ellos respondieron: —Somos hermanos de Ocozías y hemos venido a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina. Entonces él dijo: —Apresadlos vivos. Después que los tomaron vivos, los degollaron junto al pozo de la casa de esquileo. Eran cuarenta y dos hombres, y no quedó ninguno de ellos. Cuando partió de allí, se encontró con Jonadab hijo de Recab. Después que lo hubo saludado, le dijo: —¿Es tan recto tu corazón como el mío lo es con el tuyo? —Lo es —respondió Jonadab. —Puesto que lo es, dame la mano. Jonadab le dio la mano. Luego lo hizo subir consigo en el carro y le dijo: —Ven conmigo y verás mi celo por el Señor. Lo llevó, pues, en su carro. Luego que Jehú llegó a Samaria, mató a todos los descendientes de Acab que allí habían quedado, hasta exterminarlos, conforme a la palabra que el Señor había anunciado por medio de Elías. Después reunió Jehú a todo el pueblo y les dijo: —Acab sirvió poco a Baal, pero Jehú lo servirá mucho. Llamadme, pues, a todos los profetas de Baal, a todos sus siervos y a todos sus sacerdotes, sin que falte ninguno, porque tengo un gran sacrificio que hacer a Baal y cualquiera que falte morirá. Esto hacía Jehú con astucia, para exterminar a los que honraban a Baal. Luego dijo Jehú: —Santificad un día solemne a Baal. Y ellos lo convocaron. Entonces envió Jehú mensajeros por todo Israel, y vinieron todos los adoradores de Baal, de tal manera que no hubo ninguno que no viniera. Entraron en el templo de Baal, y el templo de Baal se llenó de extremo a extremo. Dijo entonces al encargado de las vestiduras: «Saca las vestiduras para todos los adoradores de Baal». Él les sacó las vestiduras. Y entró Jehú con Jonadab hijo de Recab en el templo de Baal, y dijo a los adoradores de Baal: —Mirad y ved que no haya aquí entre vosotros alguno de los adoradores del Señor, sino solo los adoradores de Baal. Cuando ellos entraron para ofrecer sacrificios y holocaustos, Jehú puso fuera a ochenta hombres y les advirtió: —Cualquiera que deje vivo a alguno de los hombres que yo he puesto en vuestras manos, lo pagará con su vida. Después que ellos acabaron de ofrecer el holocausto, Jehú dijo a los de su guardia y a los capitanes: —Entrad y matadlos; que no escape ninguno. Los de la guardia y los capitanes los mataron a espada y los dejaron tendidos. Luego fueron hasta el lugar santo del templo de Baal, sacaron las estatuas del templo de Baal y las quemaron. Quebraron la estatua de Baal, derribaron el templo de Baal y lo convirtieron en letrinas hasta hoy. Así Jehú exterminó a Baal de Israel. Con todo eso, Jehú no se apartó de los pecados con que Jeroboam hijo de Nabat hizo pecar a Israel, y dejó en pie los becerros de oro que estaban en Bet-el y en Dan. Y el Señor dijo a Jehú: —Por cuanto has obrado bien y has ejecutado lo recto delante de mis ojos, pues has hecho a la casa de Acab conforme a todo lo que estaba en mi corazón, tus hijos se sentarán sobre el trono de Israel hasta la cuarta generación. Pero Jehú no se cuidó de andar en la ley del Señor, Dios de Israel, con todo su corazón, ni se apartó de los pecados con que Jeroboam había hecho pecar a Israel. En aquellos días comenzó el Señor a cercenar el territorio de Israel. Hazael los derrotó en todas las fronteras, desde el oriente del Jordán, por toda la tierra de Galaad, de Gad, de Rubén y de Manasés, desde Aroer, que está junto al arroyo de Arnón, hasta Galaad y Basán. Los demás hechos de Jehú, todo lo que hizo y toda su valentía, ¿no está escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel? Cuando Jehú murió, fue enterrado en Samaria y su hijo Joacaz le sucedió como rey.
2 REYES 10:1-35 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Acab tenía setenta hijos, los cuales vivían en Samaria. Por tanto, Jehú escribió cartas y las envió a Samaria, es decir, a las autoridades de la ciudad, a los ancianos y a los protectores de los hijos de Acab. En las cartas decía: «Vosotros contáis con los hijos de Acab, con los carros de combate y sus caballos, con una ciudad fortificada y con un arsenal. Así que tan pronto como recibáis esta carta, escoged al más capaz y más noble de los hijos de Acab, y ponedle en el trono de su padre. Pero preparaos para luchar por la familia de vuestro rey». Ellos se aterrorizaron y dijeron: «Si dos reyes no pudieron hacerle frente, ¿cómo podremos hacerlo nosotros?» Por lo tanto, el administrador del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los protectores le enviaron este mensaje a Jehú: «Nosotros somos tus siervos, y haremos lo que tú nos digas. No haremos rey a nadie. Haz tú lo que mejor te parezca». Entonces Jehú les escribió otra carta, en la que decía: «Si estáis de mi parte y de veras estáis dispuestos a obedecerme, venid a Jezrel mañana a esta hora y traedme las cabezas de los hijos de Acab». Los setenta príncipes vivían con las familias más notables de la ciudad, pues estas los criaban. Cuando llegó la carta, prendieron a todos los príncipes y los decapitaron. Luego echaron las cabezas en unos cestos y se las enviaron a Jehú, que estaba en Jezrel. Un mensajero llegó y le dijo a Jehú que habían traído las cabezas de los príncipes. Entonces Jehú ordenó que las pusieran en dos montones a la entrada de la ciudad, y que las dejaran allí hasta el día siguiente. Por la mañana, Jehú salió y, presentándose ante todo el pueblo, confesó: «¡Vosotros sois inocentes! ¡Yo fui el que conspiró contra mi señor! ¡Yo lo maté! Pero ¿quién ha matado a todos estos? Sabed, pues, que nada de lo que el SEÑOR ha dicho contra la familia de Acab dejará de cumplirse. En efecto, el SEÑOR ha hecho lo que había prometido por medio de su siervo Elías». Dicho esto, Jehú mató a todos los que quedaban de la familia de Acab en Jezrel y a todos sus dignatarios, sus amigos íntimos y sus sacerdotes. No dejó a ninguno de ellos con vida. Después emprendió la marcha contra Samaria y, al llegar a Bet Équed de los Pastores, se encontró con unos parientes de Ocozías, rey de Judá. ―¿Quiénes sois vosotros? —les preguntó. ―Somos parientes de Ocozías; hemos venido a visitar a la familia real. ―¡Capturadlos vivos! —ordenó Jehú. Así lo hicieron, y después los degollaron junto al pozo de Bet Équed. Eran cuarenta y dos hombres; Jehú no dejó vivo a ninguno de ellos. Al dejar ese lugar, Jehú se encontró con Jonadab hijo de Recab, que había ido a verlo. Jehú lo saludó y le preguntó: ―¿Me eres leal, como yo lo soy contigo? ―Lo soy —respondió Jonadab. Jehú replicó: ―Si es así, dame la mano. Jonadab le dio la mano, y Jehú, haciéndolo subir con él a su carro, le dijo: ―Ven conmigo, para que veas el celo que tengo por el SEÑOR. Y lo llevó en su carro. Tan pronto como Jehú llegó a Samaria, exterminó a la familia de Acab, matando a todos los que quedaban allí, según la palabra que el SEÑOR le había dado a conocer a Elías. Entonces Jehú reunió a todo el pueblo y dijo: «Acab adoró a Baal con pocas ganas; Jehú lo hará con devoción. Llamad, pues, a todos los profetas de Baal, junto con todos sus ministros y sacerdotes. Que no falte ninguno de ellos, pues voy a ofrecerle a Baal un sacrificio grandioso. Todo el que falte, morirá». En realidad, Jehú no era sincero, pues tenía el propósito de eliminar a los adoradores de Baal. Luego dio esta orden: «Convocad una asamblea en honor de Baal». Y así se hizo. Como Jehú envió mensajeros por todo Israel, vinieron todos los que servían a Baal, sin faltar ninguno. Eran tantos los que llegaron que el templo de Baal se llenó de un extremo a otro. Jehú le ordenó al encargado del guardarropa que sacara las vestiduras para los adoradores de Baal, y así lo hizo. Cuando Jehú y Jonadab hijo de Recab entraron en el templo de Baal, Jehú les dijo a los congregados: «Aseguraos de que aquí entre vosotros no haya siervos del SEÑOR, sino solo de Baal». Entonces pasaron para ofrecer sacrificios y holocaustos. Ahora bien, Jehú había apostado una guardia de ochenta soldados a la entrada, con esta advertencia: «Vosotros me respondéis por estos hombres. El que deje escapar a uno solo de ellos, lo pagará con su vida». Así que tan pronto como terminó de ofrecer el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales: «¡Entrad y matadlos! ¡Que no escape nadie!» Y los mataron a filo de espada y los echaron fuera. Luego los guardias y los oficiales entraron en el santuario del templo de Baal, sacaron la piedra sagrada que estaba allí, y la quemaron. Además de tumbar la piedra sagrada, derribaron el templo de Baal y lo convirtieron en un muladar, y así ha quedado hasta el día de hoy. De este modo Jehú erradicó de Israel el culto a Baal. Sin embargo, no se apartó del pecado que Jeroboán hijo de Nabat hizo cometer a los israelitas, es decir, el de rendir culto a los becerros de oro en Betel y en Dan. El SEÑOR le dijo a Jehú: «Has actuado bien. Has hecho lo que me agrada, pues has llevado a cabo lo que yo me había propuesto hacer con la familia de Acab. Por lo tanto, durante cuatro generaciones tus descendientes ocuparán el trono de Israel». Sin embargo, Jehú no cumplió con todo el corazón la ley del SEÑOR, Dios de Israel, pues no se apartó de los pecados con que Jeroboán hizo pecar a los israelitas. Por aquel tiempo, el SEÑOR comenzó a reducir el territorio israelita. Jazael atacó el país por todas las fronteras: desde el Jordán hacia el este, toda la región de Galaad, ocupada por las tribus de Gad, Rubén y Manasés; y desde la ciudad de Aroer, junto al arroyo Arnón, hasta las regiones de Galaad y Basán. Los demás acontecimientos del reinado de Jehú, y todo lo que hizo y todo su poderío, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel. Jehú murió y fue sepultado con sus antepasados en Samaria. Y su hijo Joacaz le sucedió en el trono.