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ECLESIASTÉS 3:1-22

ECLESIASTÉS 3:1-22 DHHE

En este mundo todo tiene su hora. Hay una momento para todo cuanto ocurre: Un momento para nacer y un momento para morir. Un momento para plantar y un momento para arrancar. Un momento para matar y un momento para sanar. Un momento para destruir y un momento para edificar. Un momento para llorar y un momento para reir. Un momento para el duelo y un momento para la fiesta. Un momento para lanzar piedras y un momento para recogerlas. Un momento para abrazarse y un momento para separarse. Un momento para intentar y un momento para desistir. Un momento para guardar y un momento para desechar. Un momento para rasgar y un momento para coser. Un momento para callar y un momento para hablar. Un momento para amar y un momento para odiar. Un momento para la guerra y un momento para la paz. ¿Qué provecho saca el hombre de tanto trabajar? Me doy cuenta de la carga que Dios ha puesto sobre los hombres para humillarlos con ella. Él, en el momento preciso, todo lo hizo hermoso; puso además en la mente humana la idea de lo infinito, aun cuando el hombre no alcanza a comprender en toda su amplitud lo que Dios ha hecho y lo que hará. Yo sé que lo mejor que puede hacer el hombre es divertirse y disfrutar de la vida, pues si comemos, bebemos y contemplamos los beneficios de nuestro trabajo es porque Dios nos lo ha concedido. Y también sé que todo lo que Dios ha hecho permanecerá para siempre. No hay nada que añadir ni nada que quitar; Dios lo ha hecho así para que delante de él se guarde reverencia. Nada existe que no haya existido antes, y nada existirá que no exista ya. Dios hace que el pasado se repita. He podido ver también que en este mundo hay corrupción y maldad donde debiera haber justicia y rectitud. Por lo tanto, digo que Dios juzgará al hombre honrado y al malvado, porque hay un momento para todo lo que ocurre y para todo lo que se hace. También digo, en cuanto a la conducta humana, que Dios está poniendo a prueba a los hombres para que se den cuenta de que también ellos son como animales. En realidad, hombres y animales tienen el mismo destino: unos y otros mueren por igual, y el aliento de vida es el mismo para todos. Nada de más tiene el hombre que el animal: todo es vana ilusión y todos paran en el mismo lugar. Del polvo fueron hechos todos, y al polvo todos volverán. ¿Quién puede asegurar que el espíritu del hombre sube a las alturas de los cielos y que el espíritu del animal baja a las profundidades de la tierra? Me he dado cuenta de que no hay nada mejor para el hombre que disfrutar de su trabajo, pues eso es lo que le ha tocado, ya que nadie lo traerá a que vea lo que habrá de ocurrir después de su muerte.

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