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JUAN 11:7-54

JUAN 11:7-54 DHHE

Después dijo a sus discípulos: –Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le contestaron: –Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá? Jesús les dijo: –¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues bien, si uno anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche tropieza, porque le falta la luz. Después añadió: –Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarle. Los discípulos le dijeron: –Señor, si se ha dormido es señal de que va a sanar. Pero lo que Jesús decía era que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural. Entonces Jesús les habló claramente: –Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para vosotros, para que creáis. Pero vayamos a verle. Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos: –Vayamos también nosotros, para morir con él. Jesús, al llegar, se encontró con que ya hacía cuatro días que habían sepultado a Lázaro. Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros, y muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María, para consolarlas por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirle; pero María se quedó en la casa. Marta dijo a Jesús: –Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun ahora yo sé que Dios te dará cuanto le pidas. Jesús le contestó: –Tu hermano volverá a vivir. Marta le dijo: –Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último. Jesús le dijo entonces: –Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno que esté vivo y crea en mí morirá jamás. ¿Crees esto? Ella le dijo: –Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Después de esto, Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo en secreto: –El Maestro está aquí y te llama. En cuanto María lo oyó, se levantó y fue a ver a Jesús; pero Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que permanecía en el lugar donde Marta había ido a encontrarle. Al ver que María se levantaba y salía de prisa, los judíos que habían ido a consolarla a la casa, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar. Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo: –Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se sintió profundamente triste y conmovido, y les preguntó: –¿Dónde lo habéis sepultado? Le dijeron: –Señor, ven a verlo. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: –¡Mirad cuánto le quería! Pero algunos decían: –Este, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriese? Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó al sepulcro. Era una cueva que tenía la entrada tapada con una piedra. Jesús dijo: –Quitad la piedra. Marta, la hermana del muerto, le dijo: –Señor, seguramente huele mal, porque hace cuatro días que murió. Jesús le contestó: –¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo: –Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero digo esto por el bien de los que están aquí, para que crean que tú me has enviado. Habiendo hablado así, gritó con voz fuerte: –¡Lázaro, sal de ahí! Y el muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas y envuelta la cara en un lienzo. Jesús les dijo: –Desatadlo y dejadle ir. Al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María. Pero algunos fueron a contar a los fariseos lo hecho por Jesús. Entonces los fariseos y los jefes de los sacerdotes, reunidos con la Junta Suprema, dijeron: –¿Qué haremos? Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si le dejamos seguir así, todos van a creer en él, y las autoridades romanas vendrán y destruirán nuestro templo y nuestra nación. Pero uno de ellos llamado Caifás, sumo sacerdote aquel año, les dijo: –Vosotros no sabéis nada. No os dais cuenta de que es mejor para vosotros que muera un solo hombre por el pueblo y no que toda la nación sea destruida. Pero Caifás no habló así por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, dijo proféticamente que Jesús había de morir por la nación judía, y no solo por esta nación, sino también para reunir a todos los hijos de Dios que se hallaban dispersos. Desde aquel día, las autoridades judías tomaron la decisión de matar a Jesús. Por eso, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se marchó de la región de Judea a un lugar cercano al desierto, a un pueblo llamado Efraín. Allí se quedó con sus discípulos.

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