HechizadosMuestra

Cautivados por la riqueza

El amor por lo tangible, sea en forma de posesiones o de dinero, sigue estando en el corazón del ser humano, y continúa siendo uno de los enemigos más claros de las vidas de plenitud que podríamos tener en Cristo.

La opulencia y el derroche embelesa, fascina, hechiza y embruja como pocas otras cosas, y principalmente mantiene –incluso a los cristianos– distraídos con lo que los ojos ven, pretendiendo encontrar salvación donde nunca estuvo. Puede que no aspires a riquezas extremas, pero sí a una estabilidad monetaria que puede convertirse para tu vida en un ídolo como otro cualquiera, prometiendo una salvación práctica que no puede cumplir.

Quizá te resulte demasiado exagerado hablar de los bienes económicos como otro de nuestros “salvadores funcionales”, compitiendo directamente con Dios y Su obra de rescate cotidiano en nuestras vidas. Si así te lo parece, como me sucedió a mí la primera vez que escuché este planteamiento, piensa en cuántas veces al día, la semana o el mes estamos pendientes de nuestra cuenta corriente. Y no precisamente porque queramos acumular avariciosamente, sino justo porque, aunque sea inconscientemente, seguimos pensando que nuestra salvación práctica respecto a los problemas diarios viene de allí.

Dios es, sin embargo, nuestro Salvador en términos absolutos, también y más aún en lo práctico y cotidiano. Todo lo que manejamos y recibimos como bendición viene de Él. De Su parte procede todo buen regalo de forma que, en primera y última instancia, de Dios y solo de Dios surge todo elemento de rescate para nosotros: personas, escenarios, circunstancias... y también provisión material.

Es importante que no confundamos las buenas noticias del Evangelio con nada que no sea Cristo. Su cobertura fundamental es de manera trascendente con todas las riquezas espirituales que recibimos en Él (Efesios 1:18). Su promesa nunca fue la abundancia o estabilidad material, aunque en ocasiones Dios puede tener a bien concedérnosla, y la recibimos con gratitud.

• ¿Qué cuestiones relacionadas con lo material nos hechizan, apartándonos de la convicción de que es solo Cristo quien nos suple de todo lo necesario?
• ¿Cuántas veces, ante la escasez o las restricciones materiales, nuestra fe parece tambalearse y nos lleva a dudas profundas acerca de la bondad de Dios?
• ¿No será que esos momentos justamente revelan que algo más nos tiene seducidos, y no precisamente las buenas noticias de la salvación de Jesús?