El SEÑOR le ordenó:
—Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí.
Mientras estaba allí, el SEÑOR pasó y vino un viento recio, tan violento que partió las montañas y destrozó las rocas, pero el SEÑOR no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el SEÑOR tampoco estaba en el terremoto.