Pero tú, oh SEÑOR, te sentarás en tu trono para siempre; tu fama durará por todas las generaciones. Te levantarás y tendrás misericordia de Jerusalén; ya es tiempo de tener compasión de ella, ahora es el momento en que prometiste ayudar. Pues tu pueblo ama cada piedra de sus murallas y atesora hasta el polvo de sus calles. Entonces las naciones temblarán ante el SEÑOR; los reyes de la tierra temblarán ante su gloria. Pues el SEÑOR reconstruirá Jerusalén; él aparecerá en su gloria. Escuchará las oraciones de los desposeídos; no rechazará sus ruegos. Que esto quede registrado para las generaciones futuras, para que un pueblo aún no nacido alabe al SEÑOR. Cuéntenles que el SEÑOR miró hacia abajo, desde su santuario celestial. Desde los cielos miró la tierra para escuchar los gemidos de los prisioneros, para poner en libertad a los condenados a muerte. Por eso la fama del SEÑOR se celebrará en Sion, y sus alabanzas en Jerusalén, cuando las multitudes se reúnan y los reinos vengan a adorar al SEÑOR. En la mitad de mi vida, me quebró las fuerzas, y así acortó mis días. Pero clamé a él: «Oh mi Dios, el que vive para siempre, ¡no me quites la vida en la flor de mi juventud! Hace mucho tiempo echaste los cimientos de la tierra y con tus manos formaste los cielos. Ellos dejarán de existir, pero tú permaneces para siempre; se desgastarán como ropa vieja. Tú los cambiarás y los desecharás como si fueran ropa. Pero tú siempre eres el mismo; tú vivirás para siempre. Los hijos de tu pueblo vivirán seguros; los hijos de sus hijos prosperarán en tu presencia».
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