¡Qué hermosa eres! ¡Qué encantadora, mi amor, qué llena de delicias! Eres esbelta como una palmera y tus pechos son como los racimos de su fruto. Dije: «Treparé a la palmera y tomaré su fruto». Que tus pechos sean como racimos de uvas y tu aliento, como la fragancia de manzanas. Que tus besos sean tan apasionantes como el mejor de los vinos... Sí, vino que le desciende suavemente a mi amante, que fluye delicadamente sobre los labios y los dientes. Yo soy de mi amante, y él me declara como suya. Ven, amor mío, salgamos a las praderas y pasemos la noche entre las flores silvestres. Levantémonos temprano y vayamos a los viñedos para ver si brotaron las vides, si ya abrieron las flores, y si las granadas están en flor. Allí te daré mi amor. Allí las mandrágoras dan su aroma, y los mejores frutos están a nuestra puerta, deleites nuevos y antiguos, que he guardado para ti, amado mío.
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