Cuán bella eres, amor mío, ¡cuán encantadora en tus delicias! Tu altura se asemeja a la palmera y tus pechos, a sus racimos. Me dije: «Me subiré a la palmera; de sus racimos me adueñaré». ¡Sean tus pechos como racimos de uvas, tu aliento cual fragancia de manzanas y como el buen vino tu boca! ¡Corra el vino hacia mi amado y le resbale por labios y dientes! Yo soy de mi amado y él me desea con pasión. Ven, amado mío; vayamos a los campos, pasemos la noche en las aldeas. Vayamos temprano a los viñedos para ver si han retoñado las vides, si han abierto las flores, si ya florecen los granados. ¡Allí te brindaré mis caricias! Las mandrágoras esparcen su fragancia y a nuestras puertas hay toda clase de exquisitos frutos, lo mismo nuevos que añejos, que he guardado para ti, amor mío.
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