Entonces Saray dijo a Abram: —¡Tú tienes la culpa de esta injusticia! Yo puse a mi esclava en tus brazos y ahora que se ve embarazada me mira con desprecio. ¡Que el SEÑOR determine quién tiene la culpa, si tú o yo! —Tu esclava está en tus manos —contestó Abram—, haz con ella lo que bien te parezca. Y de tal manera comenzó Saray a maltratar a Agar que esta huyó de su presencia. Pero el ángel del SEÑOR la encontró junto a un manantial en el desierto, el cual está en el camino a la región de Sur, y le preguntó: —Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas? —Estoy huyendo de mi dueña Saray —respondió ella. —Vuelve junto a ella y sométete a su autoridad —le dijo el ángel del SEÑOR—. De tal manera multiplicaré tu descendencia que no se podrá contar.
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