Cuando Jacob regresó de Padán Aram, Dios se le apareció otra vez y lo bendijo con estas palabras: «Tu nombre es Jacob, pero ya no te llamarás así. De aquí en adelante te llamarás Israel». Y en efecto, ese fue el nombre que le puso. Luego Dios añadió: «Yo soy el Dios Todopoderoso. Sé fecundo y multiplícate. De ti nacerá una nación y una comunidad de naciones, y habrá reyes entre tus descendientes. La tierra que di a Abraham y a Isaac te la doy a ti y a tus descendientes». Y Dios se retiró del lugar donde había hablado con Jacob. Jacob erigió una piedra como monumento en el lugar donde Dios le había hablado. Vertió sobre ella una ofrenda líquida, la ungió con aceite y al lugar donde Dios le había hablado lo llamó Betel. Después partieron de Betel. Cuando estaban a cierta distancia de Efrata, Raquel dio a luz, pero tuvo un parto muy difícil. En el momento más difícil del parto, la partera le dijo: «¡No temas; estás por tener otro varón!». No obstante, ella se estaba muriendo y en sus últimos suspiros alcanzó a llamar a su hijo Benoní, pero Jacob, su padre, le puso por nombre Benjamín. Así murió Raquel y la sepultaron en el camino que va hacia Efrata, que es Belén. Sobre la tumba Jacob erigió un monumento, que hasta el día de hoy señala el lugar donde Raquel fue sepultada.
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