Me dije a mí mismo: «Mientras esté ante gente malvada vigilaré mi conducta, me abstendré de pecar con la lengua, me pondré una mordaza en la boca». Así que guardé silencio, me mantuve callado. ¡Ni aun lo bueno salía de mi boca! Pero mi angustia iba en aumento; ¡el corazón me ardía en el pecho! Al meditar en esto, el fuego se inflamó y tuve que decir: «Hazme saber, SEÑOR, cuál es el final de mi vida y el número de mis días; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. ¡El ser humano es como un soplo! Selah »Es como una sombra que pasa. En vano se afana por amontonar riquezas, pues no sabe quién se quedará con ellas. »Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? ¡Mi esperanza he puesto en ti! Líbrame de todas mis transgresiones. Que los necios no se burlen de mí. He guardado silencio; no he abierto la boca, pues tú eres quien actúa. Aparta de mí tu azote, que los golpes de tu mano me aniquilan. Tú reprendes a los mortales, los castigas por su iniquidad; como polilla, acabas con lo que más desean. ¡Un soplo nada más es el mortal! Selah »SEÑOR, escucha mi oración, atiende a mi clamor; no te desentiendas de mi llanto. Ante ti soy un extranjero, alguien que está de paso, como todos mis antepasados. No me mires con enojo y volveré a alegrarme antes que me vaya y deje de existir».
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