No dejes de corregir al joven, que no va a morirse si lo castigas con vara. Al contrario, castígalo con vara y lo librarás de caer en el sepulcro. Hijo mío, si en tu corazón eres sabio, eso alegrará también mi corazón. En mi interior sentiré gran alegría cuando con tus labios digas lo que es justo. No abrigues en ti envidia por los pecadores, sino manténte siempre en el temor del Señor. Lo cierto es que hay un futuro, y tu esperanza no se verá frustrada. Hijo mío, escúchame y adquiere sabiduría. Deja que tu corazón enderece el rumbo. No te juntes con los que se hartan de vino ni con los que se atiborran de carne, porque unos y otros se quedarán pobres, y por indolentes acabarán cubiertos de harapos. Escucha al padre que te dio la vida, y no menosprecies a tu anciana madre. La verdad y la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia, son algo que debes comprar y nunca vender. El padre del justo siente gran alegría; el que engendra un hijo sabio se regocija. ¡Haz que tu padre y tu madre se alegren! ¡Haz que se regocije la madre que te dio a luz! Hijo mío, entrégame tu corazón, y no apartes la mirada de mis caminos. Porque la ramera es un abismo profundo; la mujer ajena es un pozo estrecho. Siempre está al acecho, como los ladrones, y hace que el pecado aumente entre los hombres.
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