Tú, Señor, eres justo, y tus sentencias son rectas. Los mandamientos que nos has dado son también justos y verdaderos. Pero el enojo me consume, porque mis enemigos olvidaron tu palabra. Tu palabra es todo pureza; por eso yo, tu siervo, la amo. Yo soy insignificante, y nada valgo, pero no me olvido de tus mandamientos. Tu justicia es siempre justa, y tu ley es la verdad. La aflicción y la angustia me dominan, pero el gozo de tus mandamientos me levanta. Tus testimonios son siempre justos; dame entendimiento y viviré.
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