Señor, ¡escúchame! ¡Atiende mi clamor de justicia! ¡Presta oído a mi oración, pues no brota de labios mentirosos! ¡Sé tú quien me reivindique! ¡Posa tus ojos en mi rectitud! Tú has examinado mi corazón; por las noches has venido a verme. ¡Ponme a prueba, que nada malo hallarás! ¡Nada malo han pronunciado mis labios! Yo no hago lo que otros hacen; al contrario, tomo en cuenta tus palabras y me alejo de caminos de violencia. Sostén mis pasos en tus sendas para que mis pies no resbalen. Dios mío, yo te invoco porque tú me respondes; ¡inclina a mí tu oído, y escucha mis palabras! Tú, que salvas de sus perseguidores a los que buscan tu protección, ¡dame una muestra de tu gran misericordia! ¡Cuídame como a la niña de tus ojos! ¡Escóndeme bajo la sombra de tus alas! ¡No dejes que me vean mis malvados enemigos, los opresores que quieren quitarme la vida! Se regodean en su soberbia, y profieren palabras insolentes. Me tienen rodeado por completo, y solo esperan verme caer por tierra. Parecen leones que esperan a su presa; parecen cachorros, echados en su escondite. ¡Reacciona, Señor! ¡Enfréntate a ellos, y ponlos en vergüenza! ¡Con tu espada, ponme a salvo de esos malvados! ¡Con tu mano, Señor, sálvame de estos malvados que viven obsesionados con los bienes de este mundo! ¡Ya los has saciado con tus riquezas, y hasta les sobra para sus hijos más pequeños! A mí me bastará con ver tu rostro de justicia; ¡satisfecho estaré al despertar y contemplarte!
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