Amada mía, desde que me miraste mi corazón te pertenece. Es tuyo desde que lo envolviste entre los hilos de tu collar. ¡Qué dulces son tus caricias, amada mía! ¡Son más dulces que el vino! ¡Más fragantes tus perfumes que todas las especias! Son tus labios un panal, amada mía; de tu lengua brotan leche y miel. Hay en tus vestidos la dulce fragancia de los bosques del Líbano. Tú eres un jardín cerrado, amada mía; eres un jardín cerrado, ¡eres sellado manantial! El paraíso de tus pechos es un huerto de manzanos. Hay en él nardos y azahares, los más variados aromas, y las más finas especias. Eres la fuente de los jardines, ¡el manantial de agua viva que baja del monte Líbano!
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