1 (1b) Señor, tú has sido nuestro refugio por todas las edades. Desde antes que se formaran los montes y que existieran la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, tú eres Dios. Haces que el hombre vuelva al polvo cuando dices: «Vuelvan al polvo, seres humanos.» En verdad, mil años, para ti, son como el día de ayer, que pasó. ¡Son como unas cuantas horas de la noche! Arrastras a los hombres con violencia, cual si fueran solo un sueño; son como la hierba, que brota y florece a la mañana, pero a la tarde se marchita y muere. En verdad, tu furor nos consume, ¡nos deja confundidos! Nuestros pecados y maldades quedan expuestos ante ti. En verdad, toda nuestra vida termina a causa de tu enojo; nuestros años se van como un suspiro. Setenta son los años que vivimos; los más fuertes llegan hasta ochenta; pero el orgullo de vivir tanto sólo trae molestias y trabajo. ¡Los años pronto pasan, lo mismo que nosotros!
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