Los hijos de Dios, los más favorecidos Muestra
La veracidad de Dios: «Amén»
Decir que Dios es santo expresa que Dios, por sí mismo, está en un nivel de perfección, grandeza y crédito. Él es incomparable, su santidad es su esencia divina absoluta, única y perfecta. Su santidad determina todo lo que Él es y hace, y nada ni nadie fuera de sí mismo puede determinarla. Su santidad es lo que Él es como Dios, y que nadie más es, o nunca será, y denota su dignidad intrínseca, infinita.
El término «Amén», proviene de la palabra hebrea «emeth», usada para verdad o verdadero y «emun, emunah», que indica fe o fidelidad. Su etimología, se deriva de la condición física de estabilidad de una persona. Lo opuesto sería, uno que está inestable, resbalando, o tambaleándose. De este uso literal se desarrolló la extensión metafórica de fiel, confiable, leal, alguien de quien se puede depender. Relacionado con esto, en el Antiguo Testamento otros dos términos hebreos son usados para describir la fe activa, «bathach», que implica confiar, e «yra» que incluye temor, respeto, adoración.
Del elemento de confianza o confiabilidad, se desarrolló un sentido de uso litúrgico el cual era usado para afirmar una declaración verdadera o confiable de otra persona. La clave teológica para este término no es la fidelidad de la humanidad, sino la de Dios. El uso de la palabra «amén» como una afirmación litúrgica final de la confiabilidad de una declaración o una oración, es común en el Nuevo Testamento, como lo vemos en Romanos, Gálatas, Efesios, Filipenses, 2 Tesalonicenses; 1 Timoteo; 2 Timoteo.
Así que, cuando declaramos «amén», estamos afirmando que en Cristo ya todo está hecho y cumplido; por lo tanto, creemos su Palabra y apoyados en la fe y fidelidad de Él, tenemos lo que oramos con entendimiento.
En todas las oraciones apostólicas encontramos un cúmulo de riquezas teológicas, pero particularmente en ésta de Romanos 16:27 se convierte en una síntesis de toda la epístola, el corazón de los redimidos y entendidos se llena de regocijo para adorar al Padre por su infinita gracia y orar confiados en la obra perfecta de su Hijo Jesucristo nuestro Rey y Señor.
Con la bondad soberana de Dios para cumplir su propósito y provocar nuestro mejor bienestar, la sabiduría de Dios para planificarlo y con el poder de Dios para lograrlo, ¿qué nos falta? ¡Ciertamente, los hijos de Dios somos los más favorecidos de todas las criaturas!
Acerca de este Plan
En todas las oraciones apostólicas encontramos un cúmulo de riquezas teológicas, pero particularmente en esta de Romanos 16, que se convierte en una síntesis de toda la epístola, el corazón de los redimidos y entendidos se llena de regocijo para adorar al Padre por su infinita gracia y orar confiados en la obra perfecta de su Hijo Jesucristo nuestro Rey y Señor.
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Nos gustaría agradecer a Basilio Patiño en colaboración con El Centro Network por facilitarnos este plan. Para obtener más información, por favor visítenos en: www.redrema.org www.elcentronetwork.com