¿Dónde están los otros nueve?Muestra

Glorifica a Dios 

Uno de los leprosos, al ver que había sanado, regresó a Jesús y dio gracias. Este era samaritano, de los traidores, que eran odiados por los judíos. Jesús le preguntó, ¿no fueron diez los que quedaron limpios?, ¿y los otros nueve? ¿Dónde están? Diez leprosos fueron sanados, un gran milagro sucedió ese día. Pero no es el fin de la historia, ni tampoco es el corazón de la historia. Porque otro milagro más grande estaba por suceder, uno de ellos al ver que había sido sanado se volvió glorificando a Dios en alta voz, cayó sobre su rostro ante Jesús.

Este hombre que había estado condenado a gritar su condición cuando alguien se acercaba a ellos, ¡Inmundo! ¡Inmundo! Con esta declaración, quería decir que nadie podía tocarlo. Ahora sus palabras eran diferentes, ahora expresaba su gratitud y glorificaba a Dios. 

Los judíos pensaban que los samaritanos no eran dignos. Qué combinación tan terrible: ¡leproso y samaritano! No podía haber una combinación más repulsiva, que esa. Era lo peor de lo peor. Este hombre era de la raza incorrecta, tenía la religión incorrecta y la peor enfermedad que una persona pudiera tener en ese tiempo. Tenía la peor maldición sobre su vida. 

Este samaritano, posiblemente conocía muy poco acerca del Mesías. Pero algo sí sabía, que Jesús lo había sanado. Cuando se ve sano, con los otros nueve, que seguramente eran judíos, tomó una decisión. Normalmente, estas diez personas no se juntarían, pero en este caso tenían en común una condición: la lepra. 

Pero una vez que fueron sanos, dijo el samaritano, cómo voy a ir a un sacerdote, soy samaritano, ¡no me va a recibir! El único sacerdote al que puedo acudir, es uno que yo escuché, porque al ser de Samaria conocía la fe de Abraham, conocía la historia de Abraham, y sabía que era descendiente de Abraham, sabía de un sacerdote llamado Melquisedec, quien era de otro orden sacerdotal, diferente al de los judíos; y dijo: al único sacerdote ante quien me puedo presentar, es del orden de Melquisedec, quien no tenía título del orden de Aarón, pero que lo bendijo con su sanidad. Se echó a los pies de Jesús, reconoció a Dios, glorificó a Dios.