Un año para celebrarMuestra

Haz brillar tu luz

Hoy notamos la bondad de la luz y al Señor separándola de la oscuridad. Ahora la mirada especial que el Señor daba a la luz. “Dios consideró que la luz era buena”, la miró con complacencia, con atención y con placer y vio que “era buena”. Si el Señor te ha dado luz, querido lector, Él observa esa luz con particular interés, pues no solo la aprecia como su propia obra, sino también porque es como Él mismo, pues “Dios es luz”.

Es agradable para el creyente saber que el ojo del Señor es un tierno observador de aquella obra de gracia que Él ha comenzado. Nunca deja de mirar el tesoro que ha puesto en vasijas terrenales. Algunas veces nosotros no podemos ver la luz, pero Dios siempre la ve y eso es mucho mejor que nuestra visión. Es mejor que el juez vea mi inocencia a que yo piense que yo la veo. Es de gran consuelo para mí saber que soy uno de los del pueblo de Dios, pero ya sea que yo lo sepa o no, si el Señor lo sabe, estoy seguro. Este es el fundamento: “El Señor conoce a los suyos”.

Quizás suspiras y gimes a causa del pecado innato, y te lamentas por causa de tu oscuridad; sin embargo, el Señor ve “luz” en tu corazón, pues Él la ha puesto ahí y toda la nubosidad y desesperanza de tu alma no pueden ocultar tu luz de su ojo misericordioso. Quizás te has hundido en el desaliento o incluso en la desesperación, pero si tu corazón tiene algún anhelo por Cristo y si buscas descansar en su obra terminada, Dios ve la “luz”. No solo la ve, sino que la preserva en ti. “Yo, el Señor, soy su guardián”. Este es un pensamiento precioso para aquellos que, después de observarse y vigilarse a sí mismos, sienten su propia incapacidad para hacerlo. La luz así preservada por su gracia será transformada por Él en el esplendor de un mediodía y en plenitud de gloria. La luz dentro de nosotros es el amanecer del día eterno.