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Nos demos cuenta o no,   todos tenemos influencia. Y por eso, tenemos la opción de elegir cómo la   usamos: para el bien de los demás o no. Cuando hacemos cosas como emitir   juicios, decir palabras duras o provocar conflictos, no estamos usando   nuestra influencia de la forma en que estaba previsto. En su lugar, estamos   arrastrando a otras personas, poniendo obstáculos en su camino para que se   tropiecen en su intento de avanzar. ¡Ciertamente ese no es el tipo de   influencia que Dios nos pide que tengamos! Esta semana, habla con un líder de   grupo pequeño o un adulto de confianza sobre las formas en que podrías estar   haciendo tropezar a otras personas. Pídeles ayuda para cambiar el uso de tu   influencia para animar a esas personas.