Todo pasa por algoEjemplo

El Señor puede hacer lo imposible

Ciertamente, nos resulta familiar el oír “todo pasa por algo”, sobre todo, en los círculos donde comulgamos entre cristianos. Sin embargo, ¿cómo tener la certeza de que siempre es así? Recuerdo vívidamente la mañana del 20 de septiembre de 2013, cuando me dirigía rumbo a la clínica, pues mi bebé iba a nacer. El temor corría en mi interior como nunca antes; las palabras del médico resonaban dentro de mí una y otra vez: “Sólo subiste 6 kilos de peso a lo largo de todo el embarazo…”.

Circunstancias muy difíciles hicieron que ese embarazo se convirtiera en un camino de incertidumbre que recorrí nueve largos meses; muchas veces la pequeña acompañó, sin saberlo, mi dolor y desesperación. Pero éstos no desaparecieron y se tornaron enemigos silenciosos que bombardeaban mi mente con pensamientos que me llevaban a pozos de los cuales no sabía cómo salir. Y así, como un martillo pesado golpeando sin cesar me atormentaba la idea de los escasos seis kilos. ¿Cómo habría de nacer mi nena? El silencioso tormento del enemigo golpeaba mi mente. Pero una voz interior me decía que confiara, porque para Dios no hay nada imposible.

Poco antes de cerrar los ojos producto de la anestesia, elevé  una plegaria: “Señor, si tengo que partir que sea junto a ella; cierra mis ojos y no los vuelvas a abrir”. Alguien podría pensar:”¡qué egoísta de tu parte!” Pero ese pensamiento era producto de un sentimiento de culpa, pues de alguna manera me sentía responsable de lo que podría suceder. Las raíces de amargura tienen mucho que ver con la culpa que sentimos.

¡Qué ilusa! ¡Como si esas cosas dependieran de una! En ese trance olvidé que mi angustia ponía en duda la soberanía de mi Dios todopoderoso, quien había rescatado mi vida de las tinieblas y un día me había llamado por nombre. Ahora entiendo lo que retrata Job 42: 2, la realidad de que ningún propósito del Altísimo puede verse estorbado por las circunstancias de mi vida.

Y en esa plegaria y en el silencio de mi inconsciencia, fue que el poder supremo de Dios empezó a obrar en cada hilo de sangre que corría dentro de mío; fue su autoridad soberana la que hizo que lo imposible fuera posible, como leemos en Mateo 19: 26. Dios mismo conoció a mi bebé desde que estaba en mi vientre y la entretejió con lazos de amor eterno. 

Grande fue la paz y el gozo que trajo a mi corazón el ver nacer a una radiante pequeña que llegaba al mundo sana y llena de vida para proclamar la gloriosa gracia del Padre quien, como afirma su Palabra, muestra su esplendor más allá de lo que pedimos o entendemos.

Zulema Montaño
Misiones digitales YVT - Jazôn