Caminar Con La Dirección De DiosMuestra

En la Navidad de 1980 viajamos a Disney y al regresar encontré junto al árbol de Navidad lo que había pedido a Santa Claus: ¡mi bicicleta, no lo podía creer! Saltaba de felicidad. Inmediatamente quise empezar a aprender a andar en bicicleta, mi papá me detuvo en la puerta porque había una larga escalera y me dijo: “¡Espera te puedes caer!” Él me ayudó a bajar la bicicleta, cruzar la avenida y empezó la gran aventura, desde subirme a la bicicleta.

Era una bicicleta roja sin rueditas de apoyo, no tenía frenos en el manubrio, por lo tanto, se frenaba con el pedal, el aprender a dominar la bicicleta era un poco complejo, lo primero que me dijo mi papá es: debes mantener el equilibrio, una vez que lo logras lo demás es pan comido. Mi papá era un experto, siempre estaba atrás o al lado de mí, me daba instrucciones precisas, me decía hacia donde tenía que moverme para mantener el equilibrio, y cada vez que perdía el equilibrio me iba al suelo junto con él, los raspones eran para los dos, las indicaciones no siempre eran las mismas algunas veces cambiaban, por lo tanto, aprendí a escuchar su voz, a obedecerle y seguir sus instrucciones, sabía que si no lo hacía seguro acabaría en el piso raspada y con dolor. Después de cada entrenamiento regresamos a casa y mi mamá nos preguntaba: y ahora, ¿cuántos raspones en esta ocasión? Mi papá siempre soltaba una carcajada y cada vez le decía casi ninguno. Era muy divertido andar en bicicleta con él porque cada caída representaba quedarnos tirados en el pasto escuchando sus historias, aventuras, reíamos mucho y cuando nos levantábamos continuábamos. Después de varios entrenamientos logré dominar el equilibrio de la bicicleta sin caerme y después los dos paseábamos juntos en nuestras bicicletas. Siempre seguí sus instrucciones precisas, para conducir con seguridad en la calle, pues era una niña. 

Al paso del tiempo me compré mi bicicleta de color verde, fue como volver a aprender; ahora la bicicleta tiene: el sistema de freno en el manubrio, canastilla al frente, espejos, timbre, un espacio atrás para la silla del bebé, un espacio para el vaso y el celular, toda una belleza. Ahora mi esposo que es todo un experto en ciclismo me tuvo que dar algunas actualizaciones para retomar el dominio de la bicicleta, un par de veces fui a dar en los arbustos, pero nunca fueron las mismas caídas y raspones que cuando aprendí de niña.

Caminar en la vida con la dirección de Dios, es así. Dios me ha dado instrucciones precisas a lo largo de mi vida, diariamente ha sido necesario ser sensible para escuchar su tierna y firme voz, ser obediente, diligente y mantenerme unida a Él, porque: “Separados de mí nada podéis hacer”, nos dice Jesús en el Evangelio de Juan. Papá Dios, dirige día a día mi camino, porque conoce mi pasado, presente y futuro; sabe en donde estoy y a donde me quiere llevar, Dios tiene un plan maravilloso, espectacular y perfecto para cada uno, lo cual implica un proceso de aprendizaje, confianza y obediencia. Diariamente, medito en Su Palabra, hablo con Él en oración, me pongo de acuerdo con Dios en mis actividades, me reportó todos los días con Dios. Muchas veces me he caído y siempre ha estado Dios a mí lado para extender Su mano amorosa sobre mí y levantarme, y hacer de esas caídas momentos de aprendizaje, algunas veces de diversión, ha confirmado Su gran amor, he aprendido a confiar en Él y en mí, me ha capacitado, ha fortalecido mi fe y mi relación con Dios es muy estrecha. ¡La vida siempre es mejor si la caminamos con la dirección de Dios!