Caminando a ciegasMuestra

Nos santificamos por muerte y por frutos

Antes de ser rescatados por Jesucristo, vivíamos sin Dios y sin Ley. Sin embargo, una vez salvos por Él, por su Espíritu somos santificados por muerte para vida, y por sus frutos, para edificación nuestra y del cuerpo de Cristo, es decir, de nuestros hermanos en Cristo.

Somos santificados por muerte al morir al deseo de pecar, al morir a nosotros mismos y dar lugar al obrar del Espíritu Santo en nosotros para producir los frutos que nos hacen conforme al carácter justo y santo de Jesucristo.

Somos santificados por la muerte que experimentamos diariamente de nuestra naturaleza caída y por los frutos que produce el obrar del Espíritu, no por obras ejercidas en nuestra propia fuerza. El sacrificio de Jesús en el madero fue suficiente para establecernos en la santificación en la que perseveramos para cumplir con el principal propósito por el cual hemos sido salvos, la meta de ser conformados a la estatura del varón perfecto, de nuestro Salvador Jesús.

El sacrificio que hizo Jesús fue perfecto, no requiere ningún complemento, no quedó nada inconcluso. En Él todo fue consumado, todo se cumplió. No es necesario añadir algo a lo que Él hizo para que podamos disfrutar de la salvación, menos para pretender ser más "santos" o aceptos ante la presencia de Dios.

Fuimos justificados por gracia y esa misma gracia es la que nos permite santificarnos cada día para mostrar y testificar a Cristo a través de nuestra vida. Somos justos ante Dios por la fe en Jesucristo, no hay nada que podamos hacer para ser más justos, porque Él ya lo hizo por nosotros, ante Dios nos presenta justificados y por el obrar de su Espíritu nos presenta santificados.