Santidad

¿Recuerdas cuándo fue la última vez que tuviste que tomar una decisión y te viste tentado a pecar? ¿Recuerdas qué elegiste? ¿Estabas bajo una situación de presión o de mucho estrés? Haciendo este ejercicio recordé que lastimosamente opté por el pecado, en ese momento parecía ser una salida “rápida” y “fácil”. Sin embargo, salir de las consecuencias que trajo consigo me tomó tiempo y no fue tan fácil como parecía al inicio.

Cuando estamos en situaciones bajo presión, optar por el pecado puede ser más atractivo porque a primera vista parece “más fácil” “más rápido” o “no tan grave”. Recuerda que Jesús fue tentado por Satanás después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches. Justo cuando Él tuvo hambre, llegó el diablo y lo tentó (Mr. 1.12-13; Lc. 4.1-13). A pesar de todo, Jesús no pecó y después inició Su ministerio.

En la Biblia, encontramos otros testimonios como el de Jesús en el desierto, que nos enseñan que inclusive bajo situaciones de fuerte presión, es posible elegir un camino de santidad a través de Aquel que por naturaleza es Santo: Dios. Pero, ¿qué es santidad? La santidad es limpieza de pensamiento, pureza de corazón e integridad de conducta como lo dice el libro "El Reto de Dios" del Pastor Darío Silva-Silva.

Cuando Dios llamó a Isaías, le reveló que Él es un Dios intrínsecamente Santo (Isaías 6:1-4). De hecho, Dios también, le reveló a Isaías que Su nombre y Su entorno son Santos: “Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para siempre, cuyo nombre es santo: «Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15 NVI). Por ende, Dios y todo lo que lo rodea está llamado a la santidad, incluyéndonos a nosotros.

En el Pentateuco, vemos que Dios también llamó a Israel a vivir en santidad “El Señor le ordenó a Moisés que hablara con toda la asamblea de los israelitas y les dijera: «Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo.” (Levítico 19:1-2 NVI). Inclusive, en Hebreos vemos que no solo es un llamado, sino un requisito cuando dice: “busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios” (Hebreos 12:14 NVI).

Ser santificados implica ser apartados para un propósito sagrado. Es posible que confundamos la santidad con una manera de actuar moralmente correcta, pero la santidad va mucho más allá de nuestros actos, también involucra la postura de la mente y el corazón. No se trata de legalismos, ni de olvidar que hemos llegado a Dios por Su gracia, sino de abrazar y vivir bajo obediencia y devoción total a Dios. Además, al ser la santidad una cualidad intrínseca de Dios, sólo podemos experimentarla a través de Él. Por lo tanto, la santidad, es una señal de que el Espíritu Santo se está expresando en nuestra vida. Así como lo hizo en la vida de Jesucristo, nuestro Señor, quien según el Espíritu de santidad (El Espíritu Santo) fue designado con poder como Hijo de Dios mediante la resurrección (Romanos 1:4 TLA).

Como cristianos, todos los días nos enfrentamos al reto de elegir entre el camino del pecado y el camino de la santidad. Pero, aunque parezca difícil, te invito a que sin importar qué decisión tengas que tomar, siempre decidas obedecer a Dios y empieces a vivir el fruto que trae consigo estar en el camino de santidad, al que nos ha llamado nuestro Padre. A través de Isaías 35 y Job 22, Dios nos recuerda que en el camino de la santidad encontraremos alegría, regocijo y restauración eterna.

¿Qué pensamientos y conductas te están impidiendo llevar la vida santa a la que Dios te ha llamado?