Unos a otrosMuestra

El listón está alto

Algo que hacemos que no solo daña a otros, pero estanca nuestro propio crecimiento en el Señor es vivir una vida de juicio; siempre mirando, midiendo y calificando a otros.

Podemos y debemos mantener el listón de santidad alto en nuestras vidas y a la vez tener paciencia con los demás.

Nuestro ejemplo es Jesús. A pesar del hecho de que era Perfecto y Santo y siempre tenía la razón, las personas se sentían seguras con Él. No aceptaba el pecado, ni la hipocresía, pero confiaba en Su poder transformador que podía cambiar a un cobrador de impuestos como Zaqueo o un fariseo como Nicodemo.

Si Él podía hacer eso, nosotros podemos aceptar a las personas a nuestro alrededor con el amor que Él ha derramado en nuestros corazones.

¿Cuántas veces has juzgado a alguien por sus gustos, su forma de vestir, o de gastar su dinero? ¿Has tachado a una persona por su trasfondo, su formación o su familia?

Somos rápidos para juzgar personalidades, preferencias personales, hábitos y costumbres.

Si nos limitamos a juzgar y a no odiar el pecado, los que pecamos somos nosotros.

El juicio es una transgresión de la ley del amor. Es poner tu juicio por encima y pensar que dicha ley no se puede aplicar a esa persona en esa situación. Es pronunciar un juicio que solo Dios puede pronunciar

Romanos 15:1 Aceptad al que es débil en la fe, pero no para juzgar sus opiniones.

A nadie le gustaría ser juzgado con el mismo juicio que dan. Cuanto más juzgamos más necesitamos gracia y ayuda, y Dios está listo y dispuesto para brindarnos esa ayuda. Solo se lo tenemos que pedir.

¿Cómo puedes aplicar esta enseñanza a tu vida?

• Pide que Dios te dé una revelación de cómo has sido aceptado en Él, y que puedas ministrar aceptación sin juzgar, sin comparar y sin exigir.

Petición de oración:

• Ora hoy por todas las personas que te cuesta aceptar y pide que Dios les bendiga alma, espíritu y cuerpo.
• Arrepiéntete por tus juicios y críticas.

Salmo del día

El que habita al abrigo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al Señor: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío. Porque Él te libra del lazo del cazador y de la pestilencia mortal. Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio; escudo y baluarte es su fidelidad. No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del día. Aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti no se acercará. Con tus ojos mirarás y verás la paga de los impíos. Porque has puesto al Señor, que es mi refugio al Altísimo, por tu habitación. No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada. Pues Él dará órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos. En sus manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra. Sobre el león y la cobra pisarás; hollarás al cachorro de león y a la serpiente. Porque en mí ha puesto su amor, yo entonces lo libraré; lo exaltaré, porque ha conocido mi nombre. Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo rescataré y lo honraré; lo saciaré de larga vida, y le haré ver mi salvación.

Salmo 91:1-16