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El tercer caso es el de un padre anónimo, pues la Biblia dice que se trataba de “un hombre” (Mateo 17:14).

Su situación no era menor en cuanto a la urgencia en comparación con Jairo o la mujer cananea, pues tenía un hijo al que le daban ataques y sufría terriblemente (Mateo 17:15). Marcos añade que el hijo estaba poseído por un espíritu que le había quitado el habla (Marcos 9:17). “Muchas veces lo ha echado al fuego y al agua para matarlo” (Marcos 9:22). Otra vez. Es difícil estar en los zapatos de este padre para comprender lo difícil que fue lidiar con esta situación.

Al observar que los discípulos de Jesús no podían hacer nada, el hombre “se arrodilló delante de él” (Mateo 17:14).

“Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques y sufre terriblemente. Muchas veces cae en el fuego o en el agua” (Mateo 17:15).

“Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que tengo” (Lucas 9:38).

Es ahí cuando Jesús reprendió a la incredulidad, y exigió al padre del niño a tener fe.

“Jesús reprendió al demonio, el cual salió del muchacho, y este quedó sano desde aquel momento” (Mateo 17:18).

“Al ver Jesús que se agolpaba mucha gente, reprendió al espíritu maligno. Espíritu sordo y mudo, te mando que salgas y que jamás vuelvas a entrar en él. El espíritu, dando un alarido y sacudiendo violentamente al muchacho, salió de él. Este quedó como muerto, tanto que muchos decían: Ya se murió. Pero Jesús lo tomó de la mano y lo levantó, y el muchacho se puso de pie” (Marcos 9:25-27).

“Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió al padre. Y todos se quedaron asombrados de la grandeza de Dios” (Lucas 9:42-43).

Momentos después, cuando Sus discípulos le preguntaron por qué ellos no habían logrado echar fuera al demonio, Jesús respondió diciendo: “Esta clase de demonios solo puede ser expulsada a fuerza de oración” (Marcos 9:29).

Hay una lección que debemos aprender como padres, y es el tema de la fe. “¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible” (Marcos 9:23). A lo que todo padre y/o madre debe responder en voz alta: “¡Sí, creo!” (Marcos 9:24). En síntesis, la fe de los padres es crucial a la hora de orar por los hijos.

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