Irreparable

“Pero la vasija que estaba modelando se le deshizo en las manos; así que volvió a hacer otra vasija, hasta que le pareció que le había quedado bien” (Jeremías 18:4).

Cuando tenía 14 años mi padre me llevó a un parque acuático que había en Puerto Rico. Recuerdo que lo pasé muy bien. En ese lugar había una tienda y allí mi padre me compró una figura con la forma de un reloj de arena que tenía en el fondo un líquido rojo. Según las instrucciones, uno debía sujetarlo y la velocidad en la que subiera el líquido determinaba cuan enamorado uno estaba, ja, ja, ja, ja… Y uno a esa edad creía cosas así.

Por muchos años cuidé con mucho cuidado esa figura porque era un recuerdo de mi tiempo con mi papá (soy hija de padres divorciados). Pero un día, mientras limpiaba la figura se me cayó y se hizo añicos. Era irreparable. Así que solo me queda el recuerdo de ese día con mi papá.

Así como quedó esa figura muchos de nosotros llegamos al Señor, rotos, sin esperanzas de poder reconstruir nuestras vidas. Y el enemigo en nuestra mente trabaja esa idea. Nos hace pensar que ya no valemos nada, que no tenemos perdón de Dios, que nuestro pasado nos ha marcado para siempre, que nuestros sueños son inalcanzables, que no podemos salir del agujero en el que nos encontramos, que ya estamos muertos en vida.

Pero eso no es cierto. Cuando llegamos al Señor, Él nos hace una nueva criatura. Un nuevo camino se abre a nuestros ojos llamado Jesús. Comenzamos a ver que nuestro valor no depende de lo que dice el mundo, sino de lo que nos dice Dios en Su Palabra. Te invito a que leas Romanos 8 para que conozcas cómo cambia nuestra vida cuando conocemos y aceptamos al Señor como nuestro Salvador. Nuestra vida da un giro de 180 grados. Y lo que el mundo dice que es irreparable, Dios dice que lo hace nuevo. ¡Aleluya!