Fe ante la frustraciónMuestra

El silencio que precede a la canción

En el Salmo 13, oímos a David clamar desde un lugar de desolación espiritual, preguntando: «¿Dónde está Dios?». Es el grito de un alma a la sombra del silencio divino, una oscuridad que pueden conocer incluso quienes tienen la fe más firme. Es en la sombra del silencio divino donde el alma se siente más abandonada. También es donde la fe puede echar raíces más profundas.

En esa quietud, donde la voz de Dios parece vacilar, estamos llamados a una confianza en Él que va más allá de nuestros sentimientos. Por dura que pueda parecer, la desolación espiritual crea un espacio dentro de nosotros, un anhelo vacío que solo puede llenar lo divino. Aquí, en las profundidades de nuestro anhelo, se siembran las semillas de una fe más profunda.

Así, la depresión espiritual no se convierte en un pozo de desesperación, sino en un terreno fértil para el crecimiento, donde las raíces de nuestra fe se hunden más profundamente en el suelo de la fidelidad de Dios. El silencio que antes parecía tan premonitorio se transforma en una pausa sagrada, un espacio sagrado donde esperamos el susurro de Dios que puede despertar el alma de su letargo.

Al reflexionar sobre el salmo de David, recordamos que incluso los héroes de la fe tuvieron sus momentos de duda y oscuridad. A través de sus historias, ganamos fuerza y encontramos aliento. La alabanza final de David, nacida del crisol de la lucha espiritual, es un faro para todos los que recorren el camino de la fe, un brillante testamento de que la alegría llega por la mañana.

Al contemplar el peso de las palabras de David, no evitemos acoger nuestras propias temporadas de silencio. Reconozcámoslas como el preludio de una revelación más profunda de la presencia de Dios. Que, en esos momentos, en lugar de retirarnos de Dios, nos acerquemos a Él con un fervor aún mayor.

En la quietud, toma lugar una transformación sutil y profunda. Podemos empezar a darnos cuenta de las formas pequeñas pero significativas en que Dios nos habla, quizá a través de la amabilidad de un desconocido, la belleza de la naturaleza o un pasaje de las Escrituras que de repente resuena con claridad. En esos momentos, se rompe el silencio y se nos recuerda que Dios está hablando, que está siempre presente y que su silencio no es una ausencia, sino una invitación a buscarle con un corazón más afinado.

Deja que la experiencia de David te anime a perseverar en el silencio, sabiendo que puede muy bien ser el preludio de un encuentro más profundo con Dios. Y cuando finalmente irrumpa el canto de su presencia, que sea tanto más dulce por la espera silenciosa.