El Jesús De Los MarginadosMuestra

Vuelve a casa

Recuerdo con nitidez el día que acompañé a mis padres a una cita médica. La tensión en el aire era palpable mientras esperábamos los resultados de unos exámenes. Salieron del consultorio y sus rostros me transmitieron una mezcla de emociones que no pude descifrar en ese momento. No eran los mismos que habían entrado. Poco después, supe la devastadora noticia: mi padre había sido diagnosticado con cáncer de pulmón en una etapa avanzada.

Frente a diagnósticos tan difíciles, la ciencia y la fe se convierten en pilares fundamentales. En nuestro caso, recurrimos a ambas con ferviente esperanza. Por un lado, confiábamos en la experiencia y el conocimiento de los médicos para buscar el mejor tratamiento posible. Por otro lado, nos aferrábamos a la fe en Dios, rogando por fortaleza en medio de la prueba.

En contraste con nuestra experiencia, las comunidades de Galilea en tiempos de Jesús tenían una perspectiva diferente sobre la enfermedad. Para ellos, la enfermedad era vista como un castigo divino por algún pecado cometido por el enfermo o sus antepasados. Esta creencia impactaba profundamente la forma en que se abordaban las enfermedades.

En ese contexto, el primer paso ante una enfermedad era motivar al enfermo a confesar sus pecados y buscar la sanidad divina. El Salmo 40:5 refleja esta creencia: "Multitud de males me han rodeado, y mis iniquidades me han alcanzado; no puedo contarlas. Más numerosas son que los cabellos de mi cabeza; por eso mi corazón se acobarda dentro de mí".

Los Evangelios dan testimonios de cómo familia, amigos y vecinos se solidarizaban con el enfermo; se puede observar cómo los parientes se preocupan de sus enfermos (Marcos 1,30); los padres y las madres se preocupan de sus hijos (Marcos 7,25; 9,1718); los patronos hacen lo posible por ver curados a sus criados (Lucas 7,2-10); incluso los vecinos buscan la curación de los enfermos de la aldea (Marcos 2,3-4).

Sin embargo, había casos en que estos enfermos eran excluidos de la comunidad y debían vivir aislados, a las laderas y en los caminos, a expensas de la misericordia de los transeúntes. Esa era la vida de los leprosos y enfermos de la piel, que eran considerados impuros, no sólo física sino espiritualmente.

A estos enfermos, era mejor tenerlos excluidos en mayor o menor grado de la convivencia religiosa y social. En una sociedad como la de Galilea, donde el individuo solo puede vivir integrado en su familia y su aldea, esta exclusión significa una tragedia. La mayor angustia del leproso es pensar que tal vez ya no pueda volver nunca a su comunidad. Debía renunciar a su cónyuge e hijos, o renunciar a su sueño de tenerlos.

Los Evangelios están llenos de ejemplos de la sanadora misericordia de Jesús. Al paralítico le dice: "Toma tu camilla y ve a tu casa" (Lucas 5:24); al hombre poseído por demonios que había perdido su hogar le ordena: "¡Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti!" (Lucas 7:39). En cada sanidad, Jesús no solo restauraba la salud del individuo, sino que también celebraba su reintegración a la comunidad, generando alegría y asombro entre quienes presenciaban los milagros.

En este contexto de enfermedad, exclusión y desesperanza, surge la figura de Jesús. Con su mensaje de amor, compasión, sanidad y salvación, Jesús se acerca a los más desfavorecidos, devolviéndoles la esperanza que habían perdido. No solo sanaba sus enfermedades físicas, sino que también les brindaba la oportunidad de reconciliarse con Dios y reintegrarse a su comunidad: Vuelve a casa.

Reflexiona:

¿Cómo has experimentado la compasión y misericordia de Dios en medio de la desesperanza?

¿Qué papel juega la fe en tu vida y cómo te ayuda a enfrentar las dificultades?

¿De qué manera puedes mostrar solidaridad y apoyo a quienes atraviesan por tiempos de crisis?

¿Cómo podrías ayudar a personas que han sido excluidas a “volver a casa”?

Por: Margarita Orozco, Creadora de contenido de Conectar Global

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