Creer Y Descansar Te Trae SanidadMuestra
Ahora pasaremos a otro pasaje. En Segunda de Reyes, capítulo 5, se encuentra la historia de un capitán del ejército de los arameos. Este era un hombre que gozaba de alta estima entre los ejércitos de su pueblo, su rey y su gente. Naamán no solo era un gran guerrero, sino que también, como dice la Biblia, padecía de una enfermedad terrible: la lepra.
Entonces, imagínese al capitán valiente y temido de los ejércitos de Aram al mando de todos esos soldados, pero todos se mantenían al margen de él porque sabían que Naamán era leproso. Pero lo interesante de esta historia es darnos cuenta de que Naamán no solo era leproso, sino también orgulloso.
El relato bíblico nos dice que cierto día los arameos, que habían salido a merodear, tomaron cautiva a una muchacha de Israel y la hicieron criada de la esposa de Naamán. Un día, la muchacha dijo a su ama: «Ojalá el amo fuera a ver al profeta que hay en Samaria, porque él lo sanaría de su enfermedad en la piel» (versículos 1-3).
Entonces, Naamán fue y habló a su señor, el rey, diciéndole: "Mira, esto me ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel". En ese momento, ellos veían a Israel como una nación de segunda categoría. Los israelitas para ellos eran un pueblo insignificante, ya que ellos eran un ejército más poderoso.
Entonces, Naamán le pidió al rey que, por favor, le escribiera al rey de Israel para que pudiera ir allá y ser curado, porque sabía que en ese lugar había un profeta del Dios Altísimo (versículos 4-7).
Lo interesante es descubrir lo que sucede cuando el rey de Israel recibe la carta que traía Naamán (versículo 7). Esto indica que este hombre, el rey, a pesar de estar ocupando un lugar de preeminencia dado por Dios, tenía poca fe en el Dios que lo había puesto en ese lugar.
Pero Eliseo, el profeta, se enteró de que el rey de Israel había rasgado sus vestidos y le preguntó al rey por qué lo había hecho. En otras palabras, ¿por qué tenía miedo de Naamán y todo lo que él representaba? Por eso, Eliseo le dijo al rey: "Dile que venga a mí, y verá que hay un profeta en Israel" (versículo 8).
Entonces, mandaron llamar a Naamán, quien llegó con sus caballos y su carro, y se paró a la entrada de la casa de Eliseo. Lo interesante es que Eliseo no rindió pleitesía al orgullo de Naamán; ni siquiera salió de su casa con la intención, al menos, de conocerlo. En su lugar, le mandó un mensaje a través de su criado: "Necesito que vayas y te bañes en el Jordán siete veces; entonces tu carne quedará restaurada y quedarás limpio" (versículos 9-10).
Jordán en arameo significa "el que desciende". En este caso, Dios le estaba diciendo a Naamán: "Ve y humíllate; desciende de tu orgullo, Naamán, y báñate en el Jordán".
Quizás, querido lector, el Señor te esté diciendo hoy: "Aléjate de esa relación que te está enfermando emocionalmente, o deja de comer ese tipo de alimentos que te están haciendo daño", o quizás te esté pidiendo que cambies tu actitud o tu camino. En otras palabras, desciende, aléjate de aquello que sabes que te está haciendo daño.
Es la lucha entre lo que Dios nos dice y lo que nuestro orgullo nos pide hacer; es decir nuestra terquedad la que a menudo impide el obrar de Dios en nuestra vida, querido lector. Entonces, ir al Jordán significa despojarnos de nuestro orgullo que nos paraliza y permitir que Dios actúe cuando nos humillamos y obedecemos.
Y como era de esperar, Naamán se enojó. "¿Que descienda al Jordán? ¡Yo pensé que este hombre vendría a mí, se detendría e invocaría el nombre de su Dios, movería su mano sobre la parte enferma y curaría mi piel! ¿Acaso no sabe él quién soy yo? ¿No son los ríos Abaná y Farfar, en Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? Allá me puedo bañar y quedar limpio". Y se dio la vuelta y se fue enfurecido (versículos 11-12).
A veces, la sabiduría llega de los lugares menos esperados. Los siervos de Naamán lo hicieron caer en cuenta del error que estaba a punto de cometer (versículo 13). Naamán bajó, se humilló, descendió al Jordán, se sumergió siete veces conforme a la palabra de Dios y su carne se volvió como la de un niño, y quedó limpio.
Cuando regresó al hombre de Dios con su comitiva, se puso delante de él y dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Por favor, recibe ahora un presente de tu siervo". Pero Eliseo respondió: "Vive el Señor, delante de quien estoy, que no aceptaré nada". Porque la Palabra de Dios dice que, si recibiste gracia, da gracia (versículos 14-15).
Querido lector, debemos atesorar de una vez por todas que la Palabra de Dios y sus bendiciones no se canjean, no tienen precio monetario, no tienen valor económico. Es el Señor quien obra, y es el poder de Dios obrando a través de sus siervos, en este caso, a través del profeta Eliseo, como Él quiera, con quien Él quiera y de la forma que Él quiera.
Finalmente, el Señor de Israel, no de Siria, libró a Naamán de su maldición cuando se humilló delante del Dios verdadero y lo sanó. Lo mismo sucede con nosotros. El Señor nos quiere sanar, pero para sanarnos a veces debemos bajarnos de nuestro orgullo, arrogancia y altivez.
Debemos reconocer que Él lo hará a su manera, no a la nuestra. Mientras tanto, podemos descansar y esperar en Él, haciendo lo que nos corresponde.
Finalmente, descansamos en el hecho de saber que, en su infinito amor, Él sabe lo que es mejor para nosotros.
Acerca de este Plan
La bendición está a las puertas, al doblar la esquina, por decirlo así. Y nosotros debemos entonces vivir en expectativa, es por esto que la Palabra dice que cuando Él vuelva, desea hallarnos creyendo, esperando, confiando. La pregunta es: ¿Este tipo de fe es la que tenemos aún para obtener sanidad?
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